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Juan Cermeño

Una España de paneles y molinos

El antihéroe manchego salió mal parado en su día y quinientos años después, los molinos siguen ganando la batalla.

El antihéroe manchego salió mal parado en su día y quinientos años después, los molinos siguen ganando la batalla.
Recreación de cómo quedará el Monasterio de Sijena si se instalan los molinos. | Sijena Sí

Pionero en asuntos novelísticos, quién iba a decirnos que Cervantes también fue un visionario imaginando a Don Quijote contra aquellos molinos. El antihéroe manchego salió mal parado en su día y quinientos años después, los molinos siguen ganando la batalla. Hoy asaltan el rural, multiplicándose como champiñones en otoño: toman los montes y se asoman a los mares, forman montañas rusas a lo largo de las cordilleras y alcanzan el resquicio de verde más inhóspito para recordarnos que el hombre llega a todas partes y nunca está a salvo de sí mismo.

La montaña palentina, España vaciada profunda, es una de esas zonas. Como lo leen: en Palencia hay montaña. Si al españolito medio le preguntan por Palencia dirá secarral monumental; algunos, con suerte, hablarán de Tierra de Campos y un románico que empieza a ceder frente al tiempo y el olvido. Al palentino se le seca la garganta y la paciencia cuando le preguntan de dónde es: "¿Valencia? Me encanta la playa". "No, Palencia. Con P", dice resignado. "Ah", musita el otro con decepción, seguido de un silencio que parece el castigo del palentino por su condición. La capital, bella desconocida –bautizada en honor a una catedral que no tiene nada que envidiar a las grandes de España–, se encuentra al sur de la región. Quién sabe si, por miedo al olvido, procuró no alejarse mucho de su prima mayor, Pucela. El norte, en cambio, sur de los Picos de Europa, es agreste, montañoso, verde, virgen, salvaje. Más despoblado, si cabe, que el resto de la provincia.

Por todo lo anterior, la zona es el mayor secreto de la geografía española. Pero ya decíamos que estos molinos y paneles alcanzan el verde más inhóspito y las cimas más recónditas. El Fondo para la Defensa Jurídica de la Montaña Palentina (FDJMP) indica en su web que, en diciembre de 2021, se publicaron simultáneamente las solicitudes de autorización previa de cinco macroproyectos energéticos para la zona: dos eólicos y tres fotovoltaicos que afectan a los municipios de Aguilar de Campoo, Salinas de Pisuerga, Cervera de Pisuerga, Barruelo de Santullán y Brañosera. Para que se hagan una idea, los fotovoltaicos ocuparán una superficie de 200 campos de fútbol. Es decir, se va a sembrar una zona virgen de molinos y paneles que necesitan una superficie considerable en proporción a la energía que producen. No a las vacas, cultivos y a sus emisiones de CO2 –en unos años nos limitarán la compra de alimentos en base a nuestra huella de carbono–, pero bienvenidos los amasijos de hierro y metales, futura chatarra, al campo. Así, el rural es la zona de sacrificio para su instalación, vista la poca resistencia que pueden ofrecer sus cada vez menos habitantes: energía limpia para unos a costa de llenar la basura de otros.

Una población que mengua, entre otras cosas, por la falta de oportunidades laborales. Los pseudoverdes sacan pecho gracias a estos paneles y molinos, pontificando sobre cómo ayudan al futuro del rural. Nada más lejos de la realidad: le resuelven la vida al dueño de los terrenos. Al resto, poco: unos cientos pillarán un contrato para la construcción y cuatro gatos se quedarán como operarios del nuevo parque. De esa economía productiva que tanto gusta hablar, ni rastro. Las acciones verdes por las nubes y la comarca, tiesa. Hace unas décadas, por las montañas palentina y leonesa se extendía una buena red de minas y centrales térmicas que proporcionaban energía, trabajo y motivos para permanecer donde uno nacía. Ahora, hemos clausurado las minas y derruido las centrales para evitar unas emisiones que debían representar una centésima o millonésima parte de las globales –no estoy exagerando, tal es el ridículo–, mientras la supuesta locomotora europea, Alemania, y otros tantos países, queman más carbón que nunca debido a los exorbitados precios del gas y el petróleo. Las guerras no ayudan, pero la regulación medioambiental europea que condena al cierre a muchas refinerías y reduce la oferta de producto, tampoco.

Decía Labordeta en los televisores de antaño que España cabía en la mochila. Hoy ya no es el caso. Las gentes y saberes del campo han sido sustituidos por paquidérmicos amasijos de hierro y metales que no tienen dónde ocultarse. Y nos lo hemos buscado nosotros solitos. El hombre nunca está a salvo de sí mismo. Como dice un buen amigo, somos el mono malo que, millones de años ha, mató al bueno.

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