
La muerte de Rafael de Paula a los ochenta y cinco años en la ciudad donde vino al mundo, Jerez de la Frontera, el 11 de febrero de 1940, supone para la fiesta brava la desaparición de una leyenda del toreo.
Pocos le han superado toreando con el capote. El aroma calé de su estilo tenía en él una personalidad única, acaso sólo igualada por Curro Romero y después Morante de la Puebla. Pero insistimos que Rafael de Paula atesoraba un sello propio: jamás copió a nadie.
Debutó en Ronda en mayo de 1957. Tres años después tomaba allí la alternativa de manos de Julio Aparicio con Antonio Ordóñez de testigo. En 1964 logró el primero de sus grandes, aunque muy escasos, triunfos: cortó ocho orejas a los seis toros con que se enfrentó. La leyenda empezaría entonces. Pero Rafael de Paula sólo toreaba en el llamado rincón del sur. Plazas como la jerezana, la del Puerto de Santa María, Sevilla… ¿Por qué no había hecho el paseíllo en Madrid y retrasaba la fecha de su confirmación. ¿Miedo al fracaso?
Por fin se hizo realidad en 1974 esa tarde de su confirmación. Claro estaba que era en esos cosos andaluces donde más a gusto se encontraba, donde le perdonaban sus habituales fracasos. Podría decirse (junto a Curro Romero) que fue el torero que más broncas cosechó en época contemporánea. Sólo que en el caso de este último, solía desquitarse más veces que el jerezano con sensacionales faenas, capotillo entre sus manos de seda y muleta con la que lentamente y temple ejecutaba sus pasos.
Se cuenta que en una feria madrileña de San Isidro hizo un quite magistral y se congració con la afición de Las Ventas. Pero por muy recordada aquella tarde por su faena a cargo de algunos críticos, no creo equivocarme si cito la del 5 de octubre de 1974 en la plaza carabanchelera de Vista Alegre, castizo coso madrileño ( que derruido se convirtió en unos almacenes de El Corte Inglés pero conservando un moderno redondel donde de vez en cuando se dan festejos, partidos de baloncesto y actos políticos), como la fecha de su extraordinaria hazaña, sin duda, insistimos, la mayor de su muy discutido historial taurino. Acartelado con Antonio Bienvenida (que se cortó la coleta al concluir el festejo) y Curro Romero, Rafael de Paula cortó los máximos trofeos. Siendo éstos el premio que atestigua su triunfo, hizo un alarde de armonía con el capote, temple con la muleta, y se consagró allí como un genio, un torero distinto a todos, una leyenda. De vez en cuando recurro a contemplar en el ordenador lo que sucedió aquella mágica tarde que tuve la fortuna de asistir en una localidad de sol, con todo el billetaje vendido de las catorce mil localidades de la llamada "Chata".
En 1978 fue el año en el que la salud de Rafael de Paula se resquebrajó. Una degeneración congénita del cartílago rotular lo tuvo a partir de entonces pendiente de sus dos rodillas. Si a ser medroso le añadimos esas dificultades, podemos de algún modo, justificar su decadencia como matador de toros, imposibilitado en grado sumo. Aunque él entrenaba y se vestía de luces alrededor de veinte tardes, como mucho, salvo alguna temporada que se atrevió a alargarla. Tuvo que pasar por el quirófano en diez ocasiones dolorosas. Decía: "He estado veintiocho años a merced de los toros".
Aquellas faenas de Jerez, Las Ventas y Vista Alegre, ya no se repitieron. De vez en cuando se presenciaban pinceladas de su toreo caro, ensoñaciones para los espectadores que lo seguían o los que esperaban cada festejo un milagro. Detalles pintureros que rara vez ocurrían. Se iba de las plazas entre almohadillazos y denuestos de soez calibre. Sus espantás recordaban a la de otro legendario toreo, Rafael Gómez "El Gallo".
Sus esfuerzos ya eran baldíos. Pero necesitaba dinero para subsistir. No tuvo ya más remedio que cortarse la coleta en Jerez de la Frontera el 18 de mayo de 2000.
Entre 2006 y 2007, apenas unos pocos meses, Morante de la Puebla le propuso que lo apoderara. A Rafael de Paula vino Dios a verlo, como se dice coloquialmente, porque esa función le salvó de su ruina. Morante aprendió mucho de las lecciones del maestro jerezano. Y éste se cobró bien su trabajo. Rumores hubo en el mundillo taurino acerca de cuando se pusieron a hacer las cuentas. Morante se portó como todo un caballero. No se le han olvidado aquellos consejos de Rafael, la manera con la que tomaba el percal o la flámula para decirle cómo debía desarrollar el arte que ya llevaba dentro el de la Puebla.
Un suceso acaeció el 19 de marzo de 1975 cuando fue a la cárcel de ese penal del Puerto de Santa María, tan evocado en coplas. Lo acusaban de haber amenazado de muerte a un exfutbolista, José Gómez Carrillo, entonces uno de los encargados, de relaciones públicas, del casino de juego de esa ciudad gaditana. El torero quería darle un escarmiento, creyéndolo supuestamente de ser amante de su esposa, Marina Muñoz, hija de quien fue su primer apoderado, el también matador de toros Carnicerito de Málaga. Tenía tras la oreja el presentimiento que la pareja se veía a escondidas en ese casino.
Condenado a dos años de prisión menor, finalmente tras cumplir parte de su pena, fue absuelto del delito de homicidio, asesinato frustrado. Se separó de su mujer. No quedó ahí ese episodio que dio con el nombre del diestro en las páginas de sucesos, ya que luego la emprendió con su abogado con un cuchillo y una azada.
Al margen de esa conducta agresiva, que nunca antes, que sepamos, había manifestado, Rafael de Paula fue un bohemio, algo extravagante fuera de los ruedos. El hijo de un cochero jerezano al que apodaban "El Paulita" no ocultaba algunas rarezas. Y se enfadaba mucho cuando lo acusaban de no poseer técnica alguna para el toreo, como escuché decirle en a Juan Posada, matador y periodista, en el acto de presentación de un libro sobre Paula. A poco terminaron a tortazos.
Pero se cuenten infinitas las broncas recibidas o cuanto supusiera criticarle otros aspectos de su toreo, nadie puede discutirle a Rafael de Paula que era un genio poco común en los ruedos. También en la calle. En 2012 acudió a presentar un libro escrito por su hijo, Jesús Soto de Paula. Aprovechó para poner de vuelta y media al lugar donde se celebraba el evento, concluyendo dirigiéndose a los asistentes: "No se les ocurra comprar este libro de mi hijo".
Nada más adecuado como rúbrica de este artículo que recordar el título de otro libro, el que firmó José Bergamín, todo un tratado acerca dell arte de Rafael de Paula: "La música callada del toreo".

