El pasado sábado en el Polideportivo Hortaleza de Madrid, debía disputarse un duelo intrascendente para la comunidad del baloncesto. Un encuentro que además no tenía que haber sido relevante ni para las chicas que allí se reunían puesto que el reglamento había invalidado el partido por la ausencia de la fichas de uno de los dos equipos. La entrenadora no se presentó y con ella faltó la cuestión administrativa. Lo normal: todo el mundo a sus casas y 2-0 para el equipo que sí que cumplió con la normativa.
Pero apareció el árbitro. Esa figura denostada incluso desde las categorías inferiores donde padres muestran cada fin de semana lo que no deben hacer sus hijos en el futuro. Y sin embargo, esta vez el árbitro iba a iniciar una suerte de casualidades preciosas para el baloncesto español.
Roberto Calero, árbitro experimentado en campos del Ayuntamiento de Madrid, tomó las riendas y ofreció a los dos equipos que se disputara el encuentro. La mañana podría haber sido una mañana de insatisfacción para esas niñas que tras el madrugón y una mala noche por los nervios del encuentro, podían volverse a casa sin sudar la camiseta.
El partido, según dicta el reglamento, no tenía que disputarse, pero Calero propuso jugarlo y bien que se disputó. Tras unos minutos de titubeo en la cancha por parte de ambos equipos, llegó el siguiente de los inconvenientes. El equipo que había provocado la incidencia administrativa volvía a quedarse sin entrenador por segunda vez en la misma mañana. Tras la ausencia de la titular, el entrenador improvisado tenía que marcharse a los pocos minutos de arrancar el partido. Con tres cuartos por delante, continuar el partido se convirtió en una quimera. Pero entonces alguien miró a la grada.
Entre el público allí presente, principalmente integrado por padres y familiares de las chicas que jugaban, se encontraba alguien que algo sabía de dirigir. Campeón de la Copa de Rey y subcampeón de Liga, pero sobre todo campeón del mundo con España en Japón'06, Pepu Hernandez estaba en la grada y le tocaba volver a la cancha.
Tres cuartos estuvo dirigiendo al equipo de sus hijas mellizas en un partido que finalmente terminó con derrota para la familia Hernández. Pero lo de menos fue el resultado. Los equipos de los colegios Ramón y Cajal y Pintor Rosales, vivieron una experiencia de película que ahora trasciende por la historia contada en redes sociales por el propio árbitro. Un colegiado que pudo mandar a todos a dormir en aquella mañana sin las fichas de un equipo pero que terminó con un entrenador campeón del mundo volviendo a las canchas por un día.


