
La filtración de un informe médico que corrobora que la campeona olímpica de boxeo Imane Khelif es en realidad un hombre ha vuelto a revolucionar el mundo del deporte. La Asociación Internacional de Boxeo acusa al Comité Olímpico Internacional (COI) de quitarle la medalla a otra finalista y el Consejo Independiente sobre Deporte Femenino (ICONS) exige directamente que se le retire el oro de los Juegos de París 2024.
Por ahora, sin embargo, el COI se lava las manos, asegurando que el informe destapado por el periodista francés Djaffar Ait Aoudia no está verificado. La realidad, sin embargo, es que ni siquiera la protagonista lo ha desmentido: Imane Khelif ha anunciado que demandará al medio que lo ha publicado, pero no porque sea falso, sino porque, tal y como subraya, dicho documento -elaborado en 2023 entre el hospital Kremlin-Bicêtre de París y el hospital Mohamed Lamine Debaghine de Argel- es de carácter privado.
Ante este nuevo escándalo, son muchos los expertos en derecho internacional que abogan por reintroducir las pruebas de verificación de sexo en las competiciones femeninas. Entre ellos se encuentra precisamente Irene Aguiar, que insiste en la necesidad de proteger estas categorías por una cuestión de justicia, pero también de seguridad.
Una clara ventaja deportiva
"En el caso de los humanos, el macho tiene una mayor masa muscular, una estructura ósea diferente… Son muchísimas diferencias, que derivan en que los hombres tienen una ventaja que, según el deporte, va a ser mayor o menor, porque depende de los grupos musculares involucrados -explica la abogada-. Podemos hablar de un 10 o un 15% en natación o en correr; pero, en boxeo, por ejemplo, se cuantifica en más de un 160% en puñetazos".
En este sentido, Aguiar advierte, además, que incluso aunque los niveles de testosterona se hayan reducido, eso no elimina la ventaja: "Es cierto que se produce una disminución de la masa muscular y un aumento y redistribución de la masa grasa, pero hay cosas que no cambian. Para empezar, la estatura no se modifica, y tampoco se reducen el corazón o los pulmones, y mucha de esa masa muscular también se retiene, y más si han sido deportistas".
Con todo, el escándalo protagonizado por Imane Khelif —que durante su participación en los Juegos Olímpicos logró dejar KO a la italiana Angela Carini en 47 segundos— es más que evidente. De hecho, su rival se quejó de la fuerza de sus golpes y se retiró llorando ante la impotencia de la situación.
Anomalías del desarrollo sexual
Según revela el informe, a pesar de haber sido asignada como mujer, la campeona olímpica presenta un cariotipo XY y tiene testículos internos, como consecuencia de una deficiencia de 5-alfa reductasa. "Es lo que se denomina una anomalía del desarrollo sexual o lo que mal se conoce como intersexualidad. Y digo mal, porque el término se descartó con el Consenso de Chicago en 2006 por no ajustarse a la realidad; porque intersexual significa entre sexos, pero no hay un tercer sexo, sino que se trata de determinadas anomalías que afectan a un sexo u otro y determinan una diferencia", explica Irene Aguiar.
La abogada recuerda que esta deficiencia es exactamente la misma que se apreció en el caso de la atleta Caster Semenya: "Al nacer, parecen bebés de sexo femenino, pero, en la pubertad, la testosterona se dispara y sí que desarrollan un cuerpo masculino con su masa muscular e incluso algunos caracteres sexuales secundarios".
Tres hombres en el podio femenino
El caso de Semenya hizo reflexionar a la Federación de Atletismo, puesto que las cifras que se destaparon a partir de entonces fueron realmente preocupantes: "Mientras en la población general 1 de cada 20.000 personas es un hombre con anomalías del desarrollo sexual, revelaron que en las competiciones de élite femeninas esta incidencia era de 7 de cada 1.000, esto es, una prevalencia 140 veces superior".
No en vano, la abogada recuerda que el podio completo de los 800 metros femeninos de los Juegos Olímpicos de Rio 2016 -oro, plata y bronce- estuvo compuesto por tres hombres biológicos: Semenya, Francine Niyonsaba y Margaret Wambui.
El caso Khelif no es, ni de lejos, el primero de un hombre con anomalía del desarrollo sexual que participa -y gana- una competición femenina en los Juegos Olímpicos.
Les presento el podio de los 800m femeninos de los Juegos de Rio 2016. Íntegramente formado por hombres. Les voy… pic.twitter.com/Ej7WLeoNRL
— Irene Aguiar (@IreneAguiarG) November 11, 2024
El impacto de la Ley Trans en España
Al debate que plantean las personas con anomalías del desarrollo sexual, se suma la polémica trans. "Son dos cosas distintas, pero al final es lo mismo: hombres que compiten como mujeres", denuncia Aguiar. Y, en este sentido, en España, el deporte femenino se enfrenta a una encrucijada mucho mayor. "Ahora mismo hay 12 comunidades que establecen que cada cual debe participar en la categoría de sexo que libremente elija: si tú dices que participas en esta categoría masculina, pues ahí tienen que estar, y si quieres participar en la femenina, en la femenina; la Federación está obligada a federarte con el nombre y sexo que tú digas", denuncia la abogada.
La realidad, en todo caso, es que el problema se termina extendiendo a toda España, ya que, por encima de todas las normas autonómicas, hay una ley estatal que consagra la autodeterminación del sexo, de tal forma que cualquiera puede cambiar su mención registral en base al llamado ‘sexo sentido’. "¿Y qué es lo que pasa? Pues que cuando uno acude una federación a inscribirse, tiene que aportar el DNI. Ahí es donde la federación se fija en qué sexo tiene que inscribir —explica Aguiar—, así que puede llegar un hombre que se llame Paco y que pese 120 kg, que, si en su DNI pone que es mujer, la federación tiene que inscribirlo como mujer".
Situaciones como esta frustran las aspiraciones de muchas mujeres que, además, ni siquiera parecen tener derecho a quejarse. Así, según la abogada, además de que la participación de hombres biológicos pueda llegar a poner en peligro incluso su propia seguridad física, también afecta a su salud mental. "Se ven en una situación que saben que es injusta y que no debería estar pasando, y encima se ven obligadas a callar, porque saben que, si hablan, puede que las cancelen públicamente, las insulten, las amenacen o incluso las pueden llegar a sancionar", dice recordando el caso de April Hutchinson en Canadá.
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