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El árbitro egipcio que decidió terminar con el sueño español

Lo que vivió España -y alguna otra selección- en el Mundial de 2002 no fue un error o un favor al anfitrión; fue un auténtico escándalo.

Lo que vivió España -y alguna otra selección- en el Mundial de 2002 no fue un error o un favor al anfitrión; fue un auténtico escándalo.
Hierra, Helguera, Morientes o Joaquín, protestando a Al Ghandour. | EFE

En un Campeonato del Mundo, la selección anfitriona siempre recibe alguna ayuda. Eso es así, y ya lo hemos comentado en más de una ocasión. Porque siempre es preferible que el que juegue en casa llegue lejos –afición, expectación, dinero…- o porque es más fácil equivocarse a favor del de casa que del rival. Eso es algo con lo que siempre se cuenta, que nadie discute, siempre que entre dentro de la 'normalidad'.

Pero lo de Corea del Sur en el Mundial de 2002 fue escandaloso. Una ayuda tras otra, que no se limitaba a pitar un fuera de juego dudoso o a no señalar un penalti; se trataba de auténticos robos, con siempre el mismo beneficiado: el anfitrión. Entre los damnificados, dos que fueron desmedidos: Italia y, cómo no, España. Otra vez en cuartos. Otra vez lágrimas españolas.

Un Mundial extraño

El de 2002 fue el primer Mundial que se disputó en suelo ni europeo ni americano. Asia fue la escogida en esta ocasión. Concretamente, Corea del Sur y Japón, en lo que suponía además el primer campeonato compartido. El objetivo, el mismo que en 1994: que el campeonato se disputara en un país sin demasiada tradición futbolística, para incentivar su desarrollo y así llegar a todas las esquinas.

Para ello, claro, era necesario que la sede contara con buena disponibilidad económica, y Corea y Japón cumplían con el requisito. Poco importaba la larga rivalidad histórica entre ambos países, acrecentada tras la Segunda Guerra Mundial. Así, el torneo se repartió de manera equitativa entre las 10 sedes de cada país, siendo disputado el partido inaugural en la capital surcoreana, Seúl, y la final en Yokohama.

Holanda fue en esta ocasión la única de las selecciones grandes que se quedó sin acudir a la cita. Una lista en la que quizá podríamos añadir a Colombia, Rumanía, Yugoslavía o la República Checa. Las sorpresas, sin embargo, llegarían en la primera fase…

El ridículo francés

Francia llegaba a la cita como vigente campeona del mundo y de Europa. Repetir éxito era complicado, eso lo sabían; lo que no esperaban era la manera estrepitosa en que fueron eliminados. Dos derrotas, ante Senegal –en lo que significó el mayor triunfo en la historia del combinado africano- y Dinamarca; y un empate, ante Uruguay. Ningún gol a favor, y fuera a las primeras de cambio. Normal que Roger Lemerre, seleccionador galo, fuera destituido nada más pisar suelo francés.

Tampoco se quedó corta Argentina. Pero al menos fue capaz de sumar una victoria, el 1-0 ante Nigeria. Sin embargo, su derrota ante Inglaterra (0-1) y su empate a uno ante Suecia, la dejó fuera también en primera ronda. Por lo demás, ninguna otra gran sorpresa. Bueno, quizá sí, la primera posición en su grupo de Corea del Sur, por delante de Estados Unidos y de la Portugal de Figo y Rui Costa, que cayó eliminada. Ya se veía lo que se aproximaba…

Byron Moreno condena a Italia

Italia fue la primera víctima. Y qué víctima. Nada más comenzar el partido, el colegiado Byron Moreno se inventó un penalti a favor de los coreanos. Todo iba bajo el renglón previsto, pero más de uno se debió llevar las manos a la cabeza cuando vio cómo Buffon detenía la pena máxima, y minutos después Vieri adelantaba a Italia.

Había que hacer algo, claro. Para empezar, no señalando un claro penalti sobre Totti, que podría haber significado la sentencia. Posteriormente, ya en la prórroga, expulsar de manera incomprensible al propio Totti y, aún con diez, anular injustamente un gol de Tommassi que era la eliminación de Corea al ser gol de oro. Lo que no podía hacer el árbitro, claro, era marcar el gol; eso lo hizo Ahn en el 118, dando el pase a los coreanos y finiquitando una de la mayores vergüenzas del fútbol moderno. Italia denunciaría lo ocurrido, pero nadie le haría caso. Aún quedaría otra víctima: España.

Anteriormente, Byron Moreno, el árbitro del partido, ya había sido sancionado por amañar partidos en la liga de Ecuador, su país. 20 partidos fue su castigo, aunque incomprensiblemente eso no le impidió estar presente en un Mundial de Fútbol. En 2003, también en la liga ecuatoriana, fue sancionado tras mostrar tres tarjetas rojas al Sociedad Deportiva Quita; en esta ocasión, la sanción fue su retirada del arbitraje profesional. No sólo fue eso. Poco tiempo más tarde, otras actividades ilegales –en este caso con droga- lo llevarían a una pena de diez años en Estados Unidos.

La impotencia española

España había comenzado bien la competición. A diferencia de ediciones anteriores, pasó brillando la primera fase, sumando tres victorias en tres encuentros. Los Baraja, Albelda, Mendieta, Joaquín, Valerón o Morientes, además de clásicos como Raúl, Hierro o Nadal, jugaban bien. Muy bien. Y no sufrió para imponerse a Eslovenia (3-1), Paraguay (1-3) y Sudáfrica (3-2).

Sí lo hizo en octavos, para deshacerse de una sorprendente Irlanda, que con Duff y Quinn fue una pesadilla para el juego aéreo español. Morientes adelantó a España, pero Robbie Keane igualó en el tramo final. En la prórroga los de Camacho jugaron con diez por lesión de Albelda, pero consiguieron salvar la situación. Y en la tanda de penaltis apareció el ángel de Casillas para clasificar a los suyos para cuartos. No sabían lo que les esperaba…

Dentro de la leyenda negra de la selección española, aquella que hasta hace seis años siempre la acompañaba cuando llegaba con todas las aspiraciones a las grandes citas, encontramos diversos pretextos. La mala suerte –sobre todo, la mala suerte-, tandas de penaltis perdidas, penaltis no señalados, oportunidades desperdiciadas, malas actuaciones arbitrales… pero lo que le sucedió a España en Corea quizá los junte todos ellos. Fue, sin duda, la actuación arbitral más clamorosa en contra que haya sufrido jamás. Y tratándose del rival, de la ronda en la que estaba, y de cómo se desarrolló el campeonato, no cabe duda de que fue una oportunidad de oro para llegar a lo más alto que se fue al limbo. Otra más.

Baste con ver la designación de los árbitros para saber qué es lo que podía pasar. El colegiado principal, Gamal al Ghandour, egipcio; los dos asistentes, Tomusange y Ragoonath, ugandés el primero y trinitense el segundo. En unos cuartos de final de un campeonato del mundo. Queda todo dicho.

Lo cierto es que los primeros minutos fueron para los coreanos. Quizá los españoles pagaban la presión de regresar a los cuartos de final, y hacerlo midiéndose al anfitrión. Pero a partir del minuto 20 comenzó a quedar patente la lógica superioridad de la escuadra dirigida por Camacho. Fue entonces cuando los árbitros comenzaron a hacer de las suyas.

Primero, señalando diversos fueras de juego inexistentes, y dejando de señalar claras faltas a favor de los nuestros. A medida que pasaba el tiempo, la situación se iba agravando. En el 50, Ghandour decidió anular un gol de Baraja por supuesta falta en el salto. Y en el segundo minuto de la prórroga, quizá la más clamorosa, anuló un gol de Morientes por considerar que el balón que había centrado Joaquín había salido por la línea de fondo, cuando apenas había pisado la cal.

No contento con eso, en los últimos minutos, con España volcada al ataque para evitar la tanda de penaltis, se señalaron hasta tres fueras de juego inexistentes que hubieran dejado a Joaquín, Morientes y Mendieta en buenas posiciones para marcar.

El resto, ya lo saben; 0-0 definitivo, y Corea imponiéndose en la tanda de penaltis. "No ganamos porque no nos dejaron", diría poco más tarde Camacho, resignado.

Ballack y Kahn, suficiente

El camino de Corea del Sur se terminó, por fin, en semifinales. Consideraron que ya había habido suficiente, y más tratándose de un rival como Alemania. Ni un error arbitral, aunque, eso sí, los germanos sufrieron más de lo esperado para conseguir el pase a la final. Victoria por la mínima, 1-0, con gol de Ballack.

En realidad, era ese un guión que se venía repitiendo desde octavos de final. A Alemania le bastaba con tener al mejor portero del momento, Oliver Kahn –quien realizó un campeonato espectacular a pesar de su error en la final- y a un futbolista en estado de gracia, Michael Ballack, finalista de la Champions un mes antes con el modesto Bayern Leverkusen.

Ya en octavos, Alemania batió por 1-0 a Paraguay, en este caso con tanto de Oliver Neuville sobre la bocina. En cuartos, 1-0 ante Estados Unidos, gol de Ballack. Y en semis, como decíamos, 1-0 ante Corea, gol de Ballack. No le hizo falta mucho más a Alemania para plantarse en otra final de un Mundial.

La gran sorpresa turca

Por el otro lado del cuadro avanzaba otra de las grandes favoritas, Brasil, que se deshizo con comodidad de Bélgica en octavos y tras un gran partido en cuartos ante Inglaterra. 2-1 para los sudamericanos, tras un tanto, el definitivo, obra de Ronaldinho de libre directo, y que será recordado por el clamoroso error de David Seaman.

En semifinales, le tocaba medirse ante la gran sorpresa del campeonato: Turquía. Llegaba a la cita sin hacer nada de ruido, pero ya en su primer partido dio un aviso de lo que podía ser: Brasil necesitó de un penalti en el 88’ para derrotarla. Pasó de grupo sin problemas, y en octavos se deshizo por la mínima de la otra anfitriona, Japón. En cuartos, repitió resultado, 1-0, ante la que estaba siendo la otra sensación del torneo, Senegal.

Con jugadores entonces semidesconocidos –y posteriormente reconocidos- como Rustu, Tugay, Hakan Sukur, Basturk, Hasan Sas, Emre Belozoglu o Umit Davala, su juego y sobre todo su entrega enamoró a todos. Mucho tuvo que sufrir Brasil para superarla en semifinales; un gol de Ronaldo cuando mejor estaban los turcos fue definitivo.

La venganza de Ronaldo

En cualquier caso, en la final se encontraban las dos mejores selecciones, y ambas llegaban invictas. Era difícil hacer un pronóstico. De un lado, la Alemania clásica, la siempre tan complicada de batir, que contaba con el que estaba siendo el mejor jugador del campeonato, Oliver Kahn –finalmente le darían el título- y el más resolutivo, Ballack. Del otro, la Brasil también de siempre; sin ser tan disciplinada, su brillante juego de ataque, con Ronaldo y Rivaldo en punta, y dos laterales-extremos como Roberto Carlos y Cafú, era capaz de superar cualquier rival.

El choque presentó la igualdad que cabía esperar, aunque mucha menos brillantez de la que podían ofrecer ambos conjuntos. Tras una primera mitad sin apenas oportunidades, el partido se inclinó en el segundo tiempo. Y quizá por donde menos se podía esperar: tras un error del inconmensurable guardameta alemán. Un disparo de Rivaldo se le escapó a Kahn, y Ronaldo, bien situado, marcó a puerta vacía.

Fue de nuevo Ronaldo, el mismo que cuatro años antes había perdido una final de un Mundial sólo unas horas después de estar a punto de perder la vida, quien sentenció el campeonato, con un segundo tanto ya en el tramo final del encuentro. Fue su particular venganza. El fenómeno terminaba el campeonato como máximo goleador, con 8 tantos, y como campeón del mundo como gran protagonista. Oliver Kahn fue el mejor jugador del Mundial. Y Al Ghandour, el gran protagonista para el fútbol español.

El colegiado egipcio declararía algunos años más tarde que "ojalá España gane algún día el Mundial, para que así se olviden ya de mí". Por fortuna para nuestro fútbol, España ya ha ganado un Mundial. Y de manera brillante. Pero no, el fútbol español no se olvida de Al Ghandour, de sus asistentes, y del inmoral robo que sufrió en el Mundial de Corea, hace ya 12 años.

Ficha Técnica de la Final:

Alemania, 0: Kahn; Linke, Ramelow, Metzelder, Bode (Ziege, m.84); Hamann, Jeremies (Asamoah, m.77), Frings, Schneider; Neuville y Klose (Bierhoff, m.74). Entrenador: Rudi Völler
Brasil, 2: Marcos; Cafú, Roque Junior, Lucio, Roberto Carlos; Edmilson, Gilberto Silva, Kleberson; Ronaldinho (Juninho, m.85), Ronaldo (Denilson, m.90) y Rivaldo. Entrenador: Scolari

Goles: 0-1, m.67: Ronaldo; 0-2, m.79: Ronaldo
Árbitro: Pierluigi Collina (Italiano). Amonestó a Klose en Alemania y Roque Junior en Brasil
Domingo 30 de junio de 2002, Estadio Internacional de Yokohama, Japón. 69.000 espectadores

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