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Historias de Fútbol

Viberti, el 'cinco' que calzaba un 46

Cuadragésimo segundo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando al que fuera jugador del Málaga y del Nástic de Tarragona.

Cuadragésimo segundo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando al que fuera jugador del Málaga y del Nástic de Tarragona.
Viberti, jugador del Mákaga a principios de los 70. | CIHEFE

A finales de los años 60 el fútbol argentino ejercía una innegable fascinación en España. Algunos clubes de dicho país acababan de conquistar la Libertadores y la Copa Intercontinental (Racing de Avellaneda y Estudiantes de La Plata), y el balompié que se practicaba por aquellos lares era visto con envidia entre nosotros, debido a su intrínseca calidad técnica, a la enorme pasión que despertaba entre el público y también a algunos signos externos de modernidad que comenzaban a aflorar, en un momento en el que España, futbolísticamente hablando, atravesaba por una pésima racha, tanto a nivel de clubes como de selección, habiendo quedado fuera del Mundial que se celebraría en México en 1970 (y Argentina igualmente, por cierto, eliminada de manera sorpresiva por Perú).

Pero los jugadores sudamericanos de buen nivel no podían venirse a la Madre Patria, salvo que fueran hijos de padres españoles y no hubiesen actuado con su combinado nacional absoluto, normas que no siempre se cumplían, y cuya vulneración dio lugar al conocido como Timo de los paraguayos, por ser la mayoría de estos oriundos procedentes del país guaraní.

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El cacique de la zona ancha

Sebastián Humberto Viberti Irazoki (22 de abril de 1944, El Crispín, provincia de Córdoba, Argentina) sí cumplía con la normativa vigente y podía ser exportado a España sin mayores problemas (al parecer su madre era natural de un pueblo de la provincia de Vizcaya), aunque más tarde se descubrió que sí había sido internacional con su selección, una particularidad que también le inhabilitaba teóricamente para trabajar aquí. Era un magnífico mediocentro, el clásico 5 argentino, de excelente técnica y con una presencia física descomunal —medía 1,86, pesaba 86 kilos y calzaba un 46—. Se desenvolvía con incontestable jerarquía por toda la parcela central, manejando bien ambas piernas y los distintos tiempos del partido. Debido a su pesada constitución era algo lento, pero sabía desplazar el balón en largo, incorporándose con peligro al ataque.

Procedía de Huracán, el simpático club bonaerense que tenía un globito por escudo y sorprendentemente recaló en el Málaga a sus 25 años (aunque malas lenguas le adjudicaban alguno más debido a unos rasgos no demasiado juveniles). Su perfil parecía más adecuado para un Real Madrid, Barça o Atleti —de hecho, iba a disfrutar de la ficha más alta del fútbol español, por encima de los dos millones de pesetas anuales—. Pero el caso es que a finales de 1969 arribó a la capital de la Costa del Sol, donde haría historia. Además, muy pronto luciría una tupida y leonina melena, convirtiéndose en el foco de atención de todas las miradas.

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El Málaga de Viberti

Cuando desembarcó en la segunda ciudad de Andalucía, el cuadro malacitano penaba sus cuitas en Segunda División, pese a contar con un montón de jugadores interesantes: Montero, Arias, Benítez, Migueli, Álvarez, Pons, Aragón, Cabral o Martínez, este último un comodín que dominaba como nadie las artes del juego subterráneo. Pero Viberti vino a ser un auténtico talismán para los boquerones, pues desde la tarde de su debut, el 30 de noviembre del 69 (5-0 al Español, un rival directo, en La Rosaleda), el equipo tan sólo perdió un encuentro, contra el líder Sporting de Gijón, y él no jugó ese día. Culminó su primera y grandiosa temporada marcando los dos goles que supusieron el ascenso en la última jornada, ante el Bilbao Athletic y en la mismísima Catedral.

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Con Viberti en sus filas, el Málaga, el típico equipo ascensor de toda la vida, conocería su más prolongado período de estancia en la élite hasta entonces, con cinco temporadas que van desde 1970 a 1975, trufadas por acontecimientos tales como el asesinato de su presidente, el empresario gallego Antonio Rodríguez López, o dos magníficos séptimos puestos ligueros. Viberti, estuvo cerca de ser traspasado al Real Madrid en 1971, pero finalmente no se movió de la capital costasoleña. Siguió empuñando con firmeza el timón de la nave blanquiazul, acompañado de internacionales como Deusto o Macías, hasta que chocó con un escollo de cuidado, el entrenador francés Marcel Domingo.

No se entendieron nada bien el galo y el argentino, protagonizando durante muchos meses un largo culebrón de desencuentros (el técnico llegó incluso a alinearle como ¡extremo izquierdo!), y al concluir la campaña 73.74 Sebastián va a marcharse al Nástic de Tarragona, en Segunda División, donde lo mejor que puede decirse de él es que languideció como futbolista. En total había disputado 134 partidos con el cuadro andaluz, anotando 21 tantos.

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Fue todo un ídolo para la afición malagueña, un auténtico fenómeno sociológico que jamás pasaba desapercibido, y todavía hoy se le recuerda como el mejor jugador que ha militado en el club, con sus largas guedejas al viento y sus botas de siete leguas. Retomó a finales del los 70, ahora al banquillo, formando tándem con el húngaro Jeno Kalmar, y logró ascender otra vez al equipo a Primera, y siempre siguió vinculado sentimentalmente al club y a ciudad. Falleció el 24 de noviembre de 2012 en su Córdoba natal, allende el Atlántico, y aun joven, con su cachazudo sentido del humor incólume.

Una glorieta, muy cerca del escenario de sus éxitos, y una de las puertas de La Rosaleda llevan hoy su nombre, y dan noticia a las nuevas generaciones acerca de la inconfundible figura de aquel titán greñudo y parsimonioso que sentaba cátedra los domingos por la tarde, enfundado en una elástica de algodón a rayas azules y blancas.

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