Lennart Skoglund. Hablamos de uno de los futbolistas más talentosos que jamás ha dado Suecia. Estrella nacional. Leyenda del Inter de Milan. Pero su trayectoria se vio manchada por su tremendo éxito. Incapaz de gestionar todo aquello. Entre cuento de hadas y drama, su vida se consumó de manera trágica.
Nacido en Nacka, barrio humilde de Estocolmo, en la vigilia de la Navidad de 1929, Lennart Skoglund se convierte rápidamente en ídolo futbolístico. Con 16 años es habitual en el equipo senior del Soder IK. El equipo del barrio. Su fama se extiende por toda la ciudad. Y el Hammarby, uno de los clubes más potentes de Estocolmo, se hace con sus servicios a cambio de un traje y un par de botas nuevas.
Él es atrevido. Incluso osado. Su manera de regatear es desafiante y letal. Tiene una gran velocidad para jugar por la banda. Y unn buen olfato goleador. No es de extrañar que con sólo 18 años sea nombrado Futbolista del Año de la segunda categoría sueca.
Todo, en una época en la que Suecia es una de las grandes potencias futbolísticas del mundo. En los Juegos Olímpicos de 1948 se hace con la medalla de oro. Es la generación de los Gunnar Nordahl, Nils Liedholm y Gunnar Gren. Eternos.
Una brillante generación que se verá privada de su momento de gloria. A priori, tras los resultados y lo visto sobre el campo, la Copa del Mundo de 1950 se presenta como la gran oportunidad para Suecia. Pero la federación sueca se mantiene firme en su estricta norma de que ningún futbolista profesional puede ser convocado. Y Gren, Nordahl y Liedholm acaban fichado por el Milan. Darán lugar al reconocido para siempre como Gre-No-Li. Pero sólo en el calcio. Porque, a pesar de la controversia, no participan en el Mundial de Brasil.
Sí lo hace Lennart Skoglund, que había debutado un año antes con la selección, y tardaría poco en ser considerado como el cuarto talento. En Brasil, tiene que ser el primero. Y cumple con creces. El extremo brilla durante todo el campeonato, en el que Suecia termina, pese a todo, tercera.
Ídolo neroazzurro
Al concluir el Mundial, Lennart Skoglun es pretendido por varios equipos europeos y sudamericanos. Pero decide regresar a casa. Al AIK, con el que había firmado justo antes de la aventura brasileña. Durará poco. Juega los cinco primeros partidos, anota siete tantos... y aparece el Inter de Milan con una oferta irrechazable. Para el club, y para el futbolista. En cuestión de minutos se cierra el traspaso.
Más de 10.000 personas le reciben en su presentación en el Giuseppe Meazza. Tras el éxito de los tres futbolistas suecos en el equipo vecino y rival, en el Inter sueñan con que Skoglund haga lo propio de azul y negro. Desde el primer día se le confiere el estatus de estrella. Olivieri, su entrenador, le da absoluta libertad en el ataque. Y no decepciona: en su segundo encuentro, precisamente ante el Milan de Gre-No-Li, dos goles suyos le dan la victoria al Inter.
Ha nacido un ídolo. Aunque aquel año el Scudetto será para el Milan -sólo un punto por delante del Inter-, Skoglund termina la temporada con 12 tantos, y la sensación de que ha llegado para hacer cosas grandes.
Sensación que se confirma al año siguiente: el Inter conquista el título liguero, tras 13 años de sequía. No sólo eso: en la siguiente temporada vuelve a salir campeón. Lennard Skoglund es la gran estrella en ambos éxitos.
Éxitos que no se reducen al terreno de juego. Skoglund escribre un libro de gran éxito, Un millón por una patada al balón. Prueba también como cantante en su país, y triunfa. Adquiere un bar en Milán al que acude lo más granado de la ciudad. Una tienda de perfumes para su mujer. Una casa junto al lago para sus padres. Y el resto del dinero, las inversiones, las confía en un amigo de confianza.
La pesadilla
Todo es maravilloso… o no. Porque tanto éxito, tanta gloria, tanta fama, tanta adulación, comienza a sobrepasar al futbolista sueco. Porque antes que el futbolista, está la persona. Y Skoglund ya ha iniciado su espiral autodestructiva. Justo cuando mejor marchaban las cosas.
Lennart es adicto al alcohol. De las celebraciones -que no eran pocas- pasa a beber de cada vez con mayor asiduidad. Llega un momento en que siempre le acompaña una botella. Incluso la lleva al vestuario, y bebe antes de los entrenamientos y de los partidos. Entrenador y presidente le llaman la atención. Él se limita a responder como mejor sabe hacerlo: brillando en el campo.
Por un tiempo. Porque son dos cosas que no pueden ir de la mano de manera prolongada. Es imposible. Y el rendimiento de Skoglund comienza a decaer. Es inevitable. En los años siguientes el Inter queda lejos del título.
El Mundial de 1958, disputado en casa, aparece como el mejor salvavidas. Qué mejor que el mismo torneo que le había catapultado 8 años atrás. Y ahí lo cierto es que Skoglund vuelve a explotar. Lleva a cabo un campeonato formidable. En un equipo que ya cuenta con sus otras estrellas en edad avanzada, él es el líder. Juega todos los minutos. Marca el gol que clasifica a Suecia para la final, apeando a Alemania Federal. Ahí, cae ante Brasil. La Brasil de Pelé. Sólo su irrupción evita que Skoglund sea elegido mejor futbolista del campeonato. Y todo, con la bebida presente…
"He dejado de intentar decirle qué hacer y cómo quiero que lo haga, pero no puedo dejarlo fuera. Lo necesito en el equipo. En lo que a mí respecta, puede estar deambulando por el campo y hacer lo que le dé la gana porque tiene la increíble habilidad de conseguir de repente que llegue el gol que cambia el encuentro". Palabra de George Raynor, seleccionador sueco.
Tras el sueño de verano en casa, el regreso a Italia no es el esperado. Descubre que su gran amigo de confianza que gestionaba su economía le ha defraudado. Está prácticamente en la bancarrota. Las soluciones que busca no son acertadas. Vende la perfumería, y le arrebatan el bar para pagar las deudas. La ruleta de la fortuna ha cambiado de dirección. Y en el campo también. Le persiguen las lesiones, y pierde la titularidad. Un joven Mario Corso le arrebata el corazón de los tifosi. Será su última campaña de neroazzurro.
Tras nueve años, dos títulos, y un fútbol de leyenda, sale por la puerta de atrás. Rumbo a la Sampdoria. Se reconcilia con el fútbol. Pero su alcoholismo aumenta vertiginosamente. No puede continuar. Huye rumbo al Palermo, donde el toque de queda impuesto por el club complica aún más las cosas. Sólo jugará seis partidos.
Tras un grave accidente de coche junto a sus dos hijos –sin consecuencias después de semanas de hospitalización- decide que ha llegado la hora de poner punto y final a su carrera en Italia. Una carrera que se acaba antes de lo deseado. Una carrera brillante, que termina ahogada por el alcohol.
Regresa al Hammarby, allí donde había comenzado todo. A pesar de su caída en picado, todavía tendrá tiempo de lograr el tanto más icónico de su carrera: un gol olímpico que con el paso de los años terminará por convertirse en una estatua junto al estadio.
Pero poco más. Un ascenso a la máxima categoría, un descenso, y el final. Los problemas con el alcohol terminan por resquebrajarlo todo: el Hammarby le despide, y su nueva pareja le abandona.
Pasa un tiempo en un centro de desintoxicación. Al salir no tiene un duro. Trabaja como vendedor de coches, de electrodomésticos, de alfombras... Pero de todos es despedido. Si en cualquier futbolista el paso de estrella a inactivo es complejo, en un caso como el de Skoglund, con todas sus circunstancias, es agonizante. Aparecen los problemas mentales. El alcohol se mezcla con ansiolíticos.
Vive solo. Olvidado. Encerrado. Deprimido. Y alcoholizado. Nunca volverá a Italia. Ninguno de sus antiguos clubes hizo nada por él. El 8 de julio de 1975, con 45 años, Lennart Skoglund decide voluntariamente marcharse de este mundo.
"El éxito lo mató poco a poco" acertó a decir su madre en el entierro.


