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Martí Filosía: de futbolista incomprendido a feliz anticuario

Artículo número 70 de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando la figura del que fuera delantero del Barça en los 60 y los 70.

Artículo número 70 de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando la figura del que fuera delantero del Barça en los 60 y los 70.
Martí Filosfía, con la camiseta del FC Barcelona. | CIHEFE

Siempre ha habido gente incomprendida y siempre la habrá. En todos los terrenos: en la vida cotidiana o en cualquier clase de actividad, tanto en el campo del arte y la cultura como en el deporte. Incomprendido fue Vincent van Gogh, pues cuentan de él que sólo vendió un cuadro en vida, y también su colega Amadeo Modigliani, que murió joven en la mayor pobreza. E igualmente lo fue el escritor norteamericano John Kennedy Toole, a quien ninguna editorial quiso publicarle La conjura de los necios, hasta que desesperado se quitó la vida, y fue su madre quien batalló por que viese finalmente la luz una novela genial y adelantada a su tiempo, que años más tarde sería un gran éxito, ganando incluso el Pulitzer a título póstumo.

Comparada con la tragedia de esos ilustres malditos, la historia de Martí Filosía no revistió tintes tan dramáticos, pero es un buen ejemplo de los problemas que sufren los heterodoxos, sea cual sea su profesión.

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Atípico delantero ampurdanés

Narcís Martí Filosía, nacido en la localidad gerundense de Palafrugell en septiembre de 1945, creció alto y fuerte en tiempo de Posguerra y racionamiento, llegando a medir 1,86 en aquella España a la que tuvo que recetársele el Plan de Desarrollo para que pegase el estirón. En los años 60 el fútbol hacía furor por doquier, y para un muchacho catalán no había mejor referencia que el Barça, de modo que, tras una fallida prueba por el Español, acabó ingresando en la disciplina azulgrana, enrolado en las filas del Condal, filial barcelonista.

Sus características físicas le condujeron irremisiblemente al eje de la delantera, donde se suponía que dominaría el juego aéreo con absoluta suficiencia, pero Marti Filosía no era un nueve clásico, sino más bien un interior en punta o, si se quiere, el ayudante del verdugo del área, un futbolista que abría huecos, distribuía juego y alimentaba de balones al auténtico killer, aquel que sólo sabia rematar, pero lo hacía muy bien, el revólver más rápido al Oeste del Pecos. Y ahí surgió el malentendido, que décadas más tarde perseguiría a tipos de complexión y talante similar, llámense Kiko, Kluivert o Karim Benzema.

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En el Barça

En el Condal abastecía de cuero a Carles Enric Feliu, el hermano de Nuria -la conocida cantante catalana-, pero también marcaba con bastante frecuencia, disparando con ambas piernas y cabeceando con la facilidad que le permitía su aventajada estatura. Y ese buen rendimiento le llevó a las categorías inferiores de la selección española. De modo que, recién cumplidos los 21, en los albores de la temporada 66-67, se le promocionó al primer equipo, junto a un puñado de promesas culés entre las que destacaba un gran amigo suyo, un tal Charly Rexach. Pero en el Barça de la segunda mitad de la Prodigiosa, cuando nadie soñaba aun con La Masía, los canteranos lo tenían bastante crudo. Entraban con cuentagotas en el once titular, la afición no les pasaba una y regresaban rápidamente al ostracismo, en una época en la que no se permitían todavía las sustituciones.

Eso, sin ir más lejos, fue lo que le ocurrió a Sisu, tal como era cariñosamente conocido, que un domingo debutó nada menos que en Sarriá frente al Español, jugó al miércoles siguiente en la Copa de Ferias -ambos encuentros saldados con derrota- y cayó totalmente en el olvido para el técnico del momento, el hosco Roque Olsen, no volviendo a aparecer por allí hasta la eliminatoria inicial de la Copa del Generalísimo de 1968, casi dos años más tarde.

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Por aquel entonces hacía la mili y a punto estuvieron de cederlo a Osasuna, en Segunda, aunque se lo acabaron prestando al Condal, cuya camiseta vistió de nuevo en un fallido intento de su antiguo club por ascender a la categoría de plata del fútbol español. En la campaña siguiente, la 68-69, jugaría algún encuentro aislado, hasta que en sus postrimerías, y dada la parquedad ofensiva que estaba mostrando el Barça, Salvador Artigas, antiguo piloto del bando republicano en la Guerra Civil, no tuvo más remedio que echar mano de él. Marcó algunos goles y mostró buenas maneras, pero lamentablemente se rompió una muñeca en un amistoso. Volver a empezar.

El protegido de Buckingham

Su suerte cambiaría a principios de 1970, cuando llegó al banquillo culé el inglés Vic Buckingham (1915-1995), que había descubierto y hecho debutar a un tal Johan Cruyff con sólo 17 años en el Ajax de Ámsterdam. El británico creyó en sus posibilidades y le dio la titularidad, prendado de su juego cerebral y al primer toque. Por primera vez confiaban en él y podía gozar de continuidad en el equipo, pero buena parte del público del Camp Nou no opinaba lo mismo… durante lo que restaba de la temporada 69-70 y toda la siguiente campaña, sus muchos detractores manifestaron ostensiblemente su desagrado hacía Sisu, pitándole ya antes de que fallase el primer balón, con sólo ser anunciado su nombre por la megafonía del estadio azulgrana.

Se le achacaban lentitud y frialdad, escaso compromiso y nulo espíritu combativo, pues no era precisamente tribunero, ya que no acostumbraba a realizar esfuerzos inútiles. Para el eje del ataque la grada prefería a José Antonio Zaldúa, un navarrico del Valle del Baztán, poco dotado técnicamente pero que no negociaba una sola gota de sudor, metiéndose a un público muy impresionable en el bolsillo, a despecho de sus ostentóreos fallos ante la portería contraria. Del polémico Martí Filosía desagradaba incluso su peculiar manera de correr, aunque tiempo después se supo que era debido a que tenía que jugar encorsetado con una faja ortopédica, a causa de crónicos dolores de espalda. Saltar al Camp Nou se convirtió para el discutidísimo delantero en un auténtico calvario. Tenía el enemigo en casa.

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Sisu y Michels, como agua y aceite

Pero también serios problemas en su espalda obligaron a Buckingham a abandonar el banquillo barcelonista al concluir el curso 70-71. Para sustituirle, el presidente Agustí Montal va a contratar a uno de los entrenadores de moda en el fútbol del Viejo Continente, el neerlandés Rinus Michels (1928-2005), que acababa de hacer campeón de Europa, por vez primera, precisamente a ese mismo Ajax donde deslumbraba Cruyff. Michels, carente de la flema del británico, era un hombre de ideas fijas y en ellas no entraba un heterodoxo como Martí Filosía. Prescindió de sus servicios de manera fulminante y apenas le permitió sentarse en el banquillo.

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Desesperado, el ampurdanés pidió la baja a la Directiva, pero ésta no se la concedió tal vez porque en aquellos momentos no había nadie en toda la plantilla azulgrana, a excepción del central Paco Gallego, que pudiera rematar un triste balón de cabeza. Y sorprendentemente, en la temporada 72-73, el propio Michels, que le había marginado, recurrió a él en bastantes ocasiones, hasta el punto de poder considerársele de nuevo como titular, aunque su presencia siempre pendía de un hilo.

Que se rompió definitivamente con el fichaje de Cruyff y el Cholo Sotil, cuando se volvieron a permitir los extranjeros, a partir del verano de 1973. Con ellos ya no podía competir, y ni siquiera tuvo derecho a los minutos de la basura, de modo que al finalizar la 74-75 va a irse del club, tras nueve temporadas en el primer equipo y poco más de 20 goles en su haber, cuando en el Condal casi alcanzaba esa cifra en una sola campaña. En un rasgo de insólita honestidad, llegaría a declarar que esos pobres guarismos no eran dignos de un delantero, y seguramente de ahí la incomprensión de su público…

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‘Antic Martí Filosía’

Pasaría un par de años en el Sant Andreu, el equipo de la barriada homónima barcelonesa, en Segunda, para plegar en 1977 con sólo 32. Es entonces cuando se va a desvincular por completo del fútbol y sus miserias, y comienza su andadura en el negocio familiar de antigüedades que había heredado de los padres en su Palafrugell natal. Y ahí su vida experimenta un cambio radical, y para bien. Lejos de la presión asfixiante del fútbol de élite, marcando su propio ritmo, descubre junto a su mujer un mundo nuevo donde va a encontrarse más a gusto que pegándole patadas a un balón. Viajar, mirar, comprar, restaurar, vender… tras haber trabajado con los pies y la cabeza, ahora lo hará con sus propias manos, devolviendo a la vida muebles y muchos otros objetos moribundos durante tres décadas, hasta el momento de su jubilación.

E incluso incursionará en la pintura, inaugurando una explosión en octubre de 2024, en la biblioteca de Palafrugell, con alrededor de cuarenta óleos -paisajes, bodegones, autorretratos…-. En 1972 otro ilustre ampurdanés, Josep Plá, le había definido como "un filósofo del fútbol", pero va a ser lejos del bullicio de los estadios, cuando ya no salga en los cromos ni le pidan autógrafos los niños, entre los suyos, cuando Sisu conozca la auténtica felicidad.

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