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Helmut Klopfleisch, la historia del aficionado del Hertha que va mucho más allá del fútbol

Fiel seguidor del conjunto berlinés, no dejó de alentar a su equipo en plena división de Alemania. Lo que le acarreó diversos problemas con la Stasi.

Fiel seguidor del conjunto berlinés, no dejó de alentar a su equipo en plena división de Alemania. Lo que le acarreó diversos problemas con la Stasi.
Helmut Klopfleisch, animando al Hertha de Berlín en Praga en marzo de 1979 | Wikimedia

El amor por un club, dividido por la política. De la manera más severa. El Muro que separó Alemania alejó a Helmut Klopfleisch del equipo de sus amores. Le impidió acudir al estadio. Pero el aficionado alemán consiguió apañárselas para seguir disfrutando de su pasión. Hasta el punto de ser perseguido por la Stasi. Esta es su historia...

Helmut Klopfleisch nace en Berlín en 1948. Transmitido por su padre, desde pequeño es un gran aficionado del Hertha BSC. Una afición que se convierte en amor en 1954, cuando acude por primera vez al estadio, en el entrañable recinto del barrio de Wedding. Desde ese momento es un habitual en el Plumpe, el gordinflón como se conoce cariñosamente el estadio. No sólo eso: cuando puede, su padre le lleva también por otras ciudades alemanas para disfrutar de su equipo.

Pero todo termina abruptamente el 13 de agosto de 1961. El día en que se inicia la construcción del Muro de Berlín, uno de los grandes símbolos de la Guerra Fría: cinco metros de altura, alambres de espino electrificado coronándolo, y torretas con guardias y ametralladoras vigilándolo. Más de 120 kilómetros, dividiendo el país; dividiendo Berlín en dos, la República Federal Alemana y la la República Democrática Alemana.

Helmut, que apenas tiene 13 años, no entiende nada. Y sobre todo, no comprende cómo a partir de ahora no podrá seguir acudiendo al estadio. Como la mayor parte de aficionados del Hertha. Porque está en el otro lado. Él y los suyos han quedado en la parte de la ciudad comunista. Gesundbrunnen, en la Alemania capitalista.

Harto de aquella situación, y de no poder acudir a algo tan simple como ver a su equipo en el estadio, Helmut Klopfleisch, junto a otros amigos, deciden reunirse en una zona del muro en la que el estadio queda a pocos metros. Allí, a su manera, siguen los partidos. Cantan cuando oyen a la afición cantar. Gritan cuando entienden que su equipo acaba de marcar. Fútbol a ciegas, pero fútbol al fin y al cabo. Todo, bajo la atenta supervisión de los guardias alemanes, que le ponen la lupa encima.

Pero aquello sólo dura dos años. En 1963, el Hertha se muda al Estadio Olímpico de Berlín, su sede hasta hoy, y que se halla en el otro extremo de la ciudad. Ahora ya no hay posibilidad de seguir, aunque sea desde fuera, a su equipo.

Helmut Klopfleisch no se queda de brazos cruzados. Amén de tratar de conocer las noticias de su equipo a través de la radio, decide fundar un club de fans en su zona, en el Berlín Oriental. Es ilegal, pero poco le importa. Lo camufla como un bingo, y ahí se reúne en cada encuentro con otros aficionados del Hertha de la ciudad. Incluso, al conocer de aquello, algunos dirigentes e incluso algún futbolista se acerca de vez en cuando hasta su sede, para celebrar con ellos el amor por sus colores.

Algo, evidentemente, que levanta el recelo de la Stasi. Hasta el punto de que existe un archivo destinado exclusivamente a Helmut, con el nombre de 'K'.

Helmut, de marcado carácter anticomunista -sobre todo, pero no sólo, como relata él mismo, por haberle prohibido ir al estadio como aficionado-, se rebela. Decide ir a todos los encuentros de equipos de la Alemania Occidental que disputan en el Bloque Oriental para darles su apoyo. Da igual si es el Bayern de Munich, la selección de Alemania Federal, o cualquier otro equipo europeo. Su casa estuvo de duelo cuando, durante el Mundial 74, Alemania Democrática le ganó 1-0 al anfitrión occidental. Con gol, además, de Sparwasser, futbolista que poco después escaparía al Oeste con un trágico destino.

También, cuando sucede, que es poco, Helmut acude a ver a su Hertha jugar partidos en terreno comunista. Como en Polonia, cuando juega contra el Lech Poznan, o en Checoslovaquia, cuando se enfrenta al Slavia de Praga. El seguimiento de la Stasi sobre él y su familia se incrementa. No pueden permitir que un ciudadano oriental vaya a los estadios de fútbol a animar a equipos del bando rival. Que se haga fotografías con nombres como Beckenbauer, Bobby Charlton, Boby Moore o Rummenigge.

Pero su amor por el fútbol, por el Hertha, nunca se detiene.

Halla por fin consuelo en 1989, cuando desde la Stasi le indican que debe emigrar de inmediato. Lo había solicitado durante años. Pero el permiso llega justo ahora. Casualidad o no, justo cuando su madre se halla a pocas horas de fallecer. Pide permiso para quedarse unos días más en su casa, para acompañar a su madre hasta su marcha. Pero le señalan "o te vas hoy, o nunca". No le queda más remedio. Se va. Y su madre fallece a los cuatro días. No se le permitió regresar para su funeral.

Ya en el Berlín Occidental, Helmut pasa unos meses en un campo de refugiados, en condiciones deplorables...pero al menos ya puede ir a ver a su Hertha. Por fin, después de 28 años sin poder hacerlo, acude al estadio.

El muro y la farsa comunista terminan por caer en noviembre de 1989. En el partido siguiente, en el Olympiastadion, 55.000 personas acuden a ver al Hertha. Está en segunda división, coqueteando con la quiebra, pero poco importa. Por fin, todos pueden ir al estadio a ver a su equipo.

Entre ellos, evidentemente, se encuentra Helmut Klopfleisch. Que lo hace cada fin de semana que el Hertha juega en casa desde entonces. Nunca le han dado el FIFA Fan Award, el premio que reconoce un gesto o momento excepcional de un aficionado o grupo de aficionados que haya impactado en el mundo del fútbol. Pero no hace falta. A ojos de cualquier seguidor del fútbol, Helmut Klopfleisch es un ejemplo. De lucha, de enfrentar adversidades, de rebelarse ante las injusticias... todo por el amor a unos colores. Todo por el amor al Hertha.

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