
Entre el 11 de julio y el 1 de septiembre de 1972 el soviético Boris Spassky y el estadounidense Bobby Fischer protagonizaron un duelo por el campeonato mundial de ajedrez que quedó para la historia. Porque fue una rivalidad que trascendió más allá de los tableros. Porque detrás de ambos geniales jugadores había toda una maquinaria, la comunista y la capitalista, que se encontraban enfrentadas entre ellas, en un momento en que la Guerra Fría alcanzaba ya todo el planeta.
Ambos, Spassky y Fischer, fueron utilizados por sus gobiernos. Ambos brillaron durante el combate. Ambos quedaron tocados al finalizar el mismo. Ambos dieron lugar a la que sería conocida como ‘la partida del siglo’.
Una partida Comunismo Vs. Capitalismo
El duelo entre ambos Maestros fue escenificado, ya desde antes de su comienzo, como un enfrentamiento entre el comunismo y el capitalismo. Y del lado comunista estaba Boris Spassky. Quien, por cierto, nunca se había mostrado muy conforme con el comunismo. El problema para la Unión Soviética es que Spassky era en aquellos momentos el mejor jugador del país. Y en un país donde el ajedrez era casi una cuestión de Estado, no se podían permitir el lujo de prescindir de él.
Spassky no era sólo el mejor jugador soviético. Probablemente, también era el mejor jugador del mundo. En 1969 se había proclamado campeón mundial, destronando a su compatriota Petrosián. Corona que retuvo hasta 1972, dando así continuidad a un dominio soviético en el ajedrez desde 1948. Se caracterizaba por un estilo flexible y muy estudioso del juego, buscando siempre anticiparse a los movimientos del adversario.
Del otro lado estaba Robert James Fischer, un americano oriundo de Illinois (9 de marzo de 1943), que había dado con el ajedrez por casualidad. Se perfeccionó de manera autodidacta, y a los 13 años ya era maestro y campeón. Afrontaba cada partida como una guerra, basando su estrategia en un ataque agresivo constante.
La contraposición entre ambos jugadores no estaba sólo en el estilo de juego. También en el carácter. Mientras Spassky era correcto y humilde, amante de la música y la lectura y sin llegar a obsesionarse jamás con el ajedrez, Fischer, excéntrico y genial, volcaba todo su mundo en el tablero. Un refugio de una vida que desde pequeño no había sido sencilla. Un genio hecho a sí mismo, que se había convertido en una figura muy atractiva para los medios de comunicación.
En 1970 se disputó en Palma de Mallorca el Torneo Interzonal. Su ganador podría desafiar al campeón del mundo. Fischer, aún un desconocido a nivel internacional, se proclamó vencedor tras imponerse en todas las partidas.
Por tanto, Fischer iba a desafiar a Spassky. Y desde el primer momento el desafío se tomó como una rivalidad entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Entre el comunismo y el capitalismo. Un enfrentamiento entre las dos superpotencias mundiales. La guerra fría se trasladaba a un tablero de ajedrez.
Los soviéticos querían impedir como fuera que un americano se proclamara por primera vez en la historia campeón del mundo de ajedrez. No ahora. No en plena guerra fría. Así que el bloque entero presionó a Spassky. Incluido el KGB, que le exigía la victoria ante el rival americano.
Todo aquello generó una enorme expectación en torno a la final que se iba a disputar en Reikiavik. Quizá, como no se había producido nunca en ninguna final de ajedrez. Todo el mundo estaba pendiente de la ‘Partida del Siglo’. Televisiones, radios y prensa escrita se volcaban con una retransmisión que iba a ser histórica. Porque en el tablero no solo estaba en juego una corona, no sólo se enfrentaban dos mentes brillantes, sino que cada contrincante representaba la oposición de dos formas de ver el mundo.
Pero lo cierto es que la final comenzó mal. Muy mal. De hecho, ni comenzó. Y se dudó incluso de si se llegaría a disputar. Mientras la delegación rusa está presente de manera puntual a la cita fijada para la inauguración, con Spassky a la cabeza, incomprensiblemente Bobby Fischer no acude.
"Un hecho inaudito en la historia del ajedrez", se llegó a pronunciar durante la rueda de prensa de la federación internacional de ajedrez inmediatamente posterior a la supuesta presentación. "Dicha incomparecencia supone un insulto para el campeón del mundo y para las propias reglas de la FIDE".
La respuesta de Fischer fue que el premio económico era muy bajo para un campeonato del mundo.
Al escuchar aquello, un millonario inglés, James Slater, consciente de todo el revuelo mediático suscitado en torno a aquella final, subió el premio hasta los 250.000 dólares. No sabemos si fue aquello lo que le hizo cambiar de idea, o la llamada del consejero de Seguridad de Estados Unidos Henry Kissinger al propio ajedrecista. Porque para Kissinger aquella era una preciosa oportunidad que no debían dejar escapar. Fischer le brindaba a Estados Unidos la posibilidad de derrotar a los soviéticos en su propio terreno.
Las primeras palabras de Fischer tras pisar Finlandia fueron "he comprendido que los intereses de mi país estaban por encima de los míos". Estaba claro que aquello que estaba por jugarse era mucho más que un campeonato del mundo de ajedrez.
La gran final
Ahora sí, el 11 de julio de 1972 arrancaba el gran duelo.
La primera partida fue para Boris Spassky. Y Fischer continuó con sus protestas. Todo le iba mal. La iluminación de la sala, el aire acondicionado, el tamaño de la mesa, el tipo de tablero y del modelo de piezas escogidas, y sobre todo las cámaras de televisión, que hacían, según él, un excesivo ruido que le imposibilitaban concentrarse. Solicitó que se jugara en otra sala, mucho más pequeña y angosta, pero la Federación no aceptó.
En la segunda partida, Fischer ni se presentó. Se habló de suspensión de la final; se habló de proclamar directamente a Spassky como campeón del mundo. Pero entonces el soviético sorprendió a todos, y terminó por aceptar las condiciones de Fischer. "Si gano, será sobre el tablero", dijo. Un gesto de gran deportividad que le valió la estima eterna del adversario, como reconocería durante años. Por algo sería conocido como "el caballero del tablero".
La tercera partida supuso un punto de inflexión en la batalla. La victoria cayó del lado de Fischer, que ya había ganado además la batalla psicológica. A partir de ese momento Spassky parecía como hipnotizado, incapaz de contrarrestar la imprevisibilidad de Fischer, como relataría el propio Spassky recordando aquel duelo.
Desde aquel momento las partidas comenzaron a caer del lado estadounidense. Fischer ganaría 5 de las 8 partidas siguientes, resultando las otras tres en tablas. Al final, victoria para Fischer por 12.5 a 8.5 medio. Spassky sólo ganaría una partida más entre la tercera y la última, la vigésimo primera.
Las consecuencias
La Unión Soviética no encajó bien aquella derrota. Spassky sería tratado con recelo por las autoridades de su país, siendo postergado de inmediato en favor de una nueva promesa, Anatoli Karpov. A pesar de tratarse de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, tuvo que soportar duras críticas por parte de la Federación Rusa, que le acusaba de escasa preparación y falta de esfuerzo. "Se dijo que no había sabido defender el honor de la URSS, y que por mi culpa habíamos perdido la hegemonía sobre los tableros".
Boris Spassky terminaría abandonando la URSS tres años después de aquella final de Reikiavik, y nacionalizándose francés, aunque jamás volvería a alcanzar el nivel de ajedrez de sus tiempos de campeón.
Pero tampoco le iría mucho mejor a Bobby Fischer. Su triunfo le elevó a la categoría de héroe nacional. El país vendió aquella victoria como la victoria de su modo de vida sobre el soviético; del capitalismo sobre el comunismo. Pero Bobby Fischer, cuyos análisis posteriores a aquella final lo calificaron de adelantado a su tiempo en al menos una década, no volvería a jugar nunca más.
Su cabeza, siempre de genio trastornado, comenzó a derivar en una serie de conflictos paranoicos, desviaciones antisemitas a pesar de ser él mismo de ascendencia judía, y elogios a los terroristas del 11-S. En 2004 fue arrestado en Tokio por petición de los Estados Unidos.
Boris Spassky escribió una carta al presidente de los Estados Unidos pidiéndole clemencia.
Finalmente, Bobby Fischer moriría el 17 de enero de 2008 en Reikiavik, justo el lugar donde se había librado la partida del siglo; donde, hace justo 50 años, se escribió la mayor historia del ajedrez.

