El 31 de octubre de 1921 una mujer llamada Alice Milliat daba forma de manera oficial la la Federación Deportiva Femenina Internacional (FSFI). ¿Por qué? Porque estaba harta, ella y muchas como ella, de que a las mujeres se les vetara la presencia en los Juegos Olímpicos. Anhelaban libertad para poder competir. Igualdad para, conociendo las diferencias respecto a los hombres en la práctica deportiva, tener las mismas oportunidades.
Porque prácticamente desde la aparición de los Juegos Olímpicos, a finales del siglo XIX y especialmente de la mano de Pierre de Coubertin, las mujeres tuvieron prácticamente imposible su participación. El Barón francés estaba completamente dentro de la opinión misógina de la época, que señalaba que las mujeres no eran buenas deportistas, que el deporte las masculinizaba, y que era peligroso para su salud. Incluso, Coubertin llegaría a afirmar que "la única misión de las mujeres es coronar a los vencedores".
Es cierto que hay contadas excepciones. Como la presencia de tenistas y golfistas en los segundos Juegos, los disputados en 1900 en París. Todo un desastre de Juegos, por otro lado. Pero claro, aquellos eran deportes practicados por la clase alta, y ahí no había problema por su presencia. La tenista británica Charlote Cooper fue la primera campeona olímpica. La situación se repite en 1904 y en 1908, con tenistas y golfistas que, podríamos decir, se cuelan más que participan.
En 1912, en Estocolmo, se permite, a regañadientes, que las mujeres participen en natación. Una línea que se mantiene idéntica en la siguiente edición, la de Amberes 1920. Pese a los intentos del deporte femenino de abrirse paso. De tener más oportunidades. De aumentar su presencia y participación. Especialmente del atletismo, el deporte rey, y que ya tenía representantes femeninas de enjundia, pero que veían cómo sistemáticamente se les prohibía el acceso a la competición deportiva por excelencia.
Alice Milliat lo cambia todo
Enrabietada por aquella situación, Alice Milliat (Nantes, 1884), traductora de profesión y amante del deporte (practicaba entre otros remo, natación y hockey) pone el grito en el cielo. No es permisible que no se permita la presencia de mujeres en los Juegos. Con un argumento bien sencillo, pero que ataca directo al corazón del Barón de Coubertin y de su sucesor, el conde de Baillet-Latour, de opinión similar a su predecesor: aquello atenta contra el espíritu del Movimiento Olímpico. Contra el mensaje de unión y solidaridad que tanto pregona.
No será sencillo, claro. Pero poco a poco Milliat, y su recién fundada Federación Deportiva Femenina Internacional, va dando pasos significativos. Supervisa y apoya los eventos deportivos femeninos de diferentes países. A finales de 1921 da lugar a lo que denominan Juegos Olímpicos Femeninos, en Montecarlo, Principado de Mónaco. En él se incluyen todos los deportes, en lugar del número restringido permitido en los Juegos Olímpicos oficiales, y participan mujeres de Francia, Italia, Suiza, Noruega, y Gran Bretaña.
La única respuesta que recibe es de parte del presidente de la Asociación Internacional de Atletismo, Sigfrid Edström, quien le prohíbe denominar olímpica a aquella competición. Pero aquello no frena, ni mucho menos, a Alice Milliat, que al año siguiente repite experiencia, en esta ocasión en París, el corazón del olimpismo. Lo denomina, eso sí, Juegos Mundiales de Mujeres. Participan más atletas, de más países, y en más deportes. En todo el mundo comienzan a hablar de ello.
No da puntada sin hilo, Milliat, que tras su éxito repite competición, en esta ocasión en Gotemburgo, Suecia, en 1926. La participación y la repercusión es aún mayor. Y el COI, ya comandado por Baillet-Latour, observa cómo aquello puede derivar en una escisión de su competición.
Finalmente claudica, y en 1928, en los Juegos Olímpicos de Amsterdam, se multiplica enormemente la posibilidad de las mujeres de participar en numerosos deportes. Especialmente en el atletismo, donde se procede a la apertura en cinco pruebas: 100 metros, 4x100, 800 metros, disco y salto de altura.
Un avance irremediable a pesar de todo
Que se les permitiera la participación no significaba, ni mucho menos, que fueran bien acogidas. Los mandamases consideraban que aquello había sido una especie de imposición a la fuerza, ante la que debían recular a pesar de que pensaran que no tenían razón. Y, por supuesto, cualquier mínimo error sería aprovechado como argumento para atacar a las deportistas. A todas.
El mejor ejemplo lo hallamos en el caso de la japonesa Kinue Hitomi. Es una de las mejores atletas del mundo. Pero en su prueba, los 100 metros, queda eliminada por un error en semifinales. Con ánimo de reivindicarse se inscribe finalmente también en la prueba de 800 metros. Una distancia que no es la suya. Y cuando llega a meta se desvanece. No es la única a la que le ocurre. Y el argumento casi instantáneo es "las mujeres no pueden correr tantos metros". Poco importaba que la imagen se produjera también de manera frecuente en la prueba masculina. O que la prueba de cross de aquella misma edición fuera un auténtico disparate, con continuos desmayos, abandonos y pérdidas de conciencia.
Pero el argumento es que las mujeres no están listas para correr. Y así se mantendrá durante décadas. Hasta los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, la mayor distancia permitida para las atletas son los 400 metros.
En cualquier caso, la puerta ya está abierta. La FSFI continúa negociando la ampliación de presencia femenina en los sucesivos Juegos, y ésta, paulatinamente, se va dando. Aquello hace, claro, que la organización de los Juegos Femeninos vaya decayendo. Se celebran dos más, en Praga en 1930 y en Londres en 1934, y desaparece, después de lograr su 'plena' (es un decir) integración en los Juegos Olímpicos oficiales.
Alice Milliat, aún enrabietada al ver que faltaban muchos pasos por dar, fallece en su Nantes natal en 1957. Un año antes, en Melbourne 1956, participaron en los Juegos 376 mujeres de 3.314 competidores. El 11%. Aún era poco. Pero desde luego, mucho más de lo que había podido ver ella en su juventud. Por lo que había luchado encarnizadamente. Por lo que había negociado, fundado asociaciones, discutido y, al fin y al cabo, servido.
El año pasado, en los JJOO de París 2024, se producía por primera vez en la historia la paridad de género: participaron el mismo número de atletas hombres y mujeres: 5.250.
Alice Milliat, desde donde esté, sonríe. Sin ella, no hubiera sido posible.
Este artículo forma parte del libro 'HEROÍNAS a través del deporte', del mismo autor. Una colección de 25 historias de mujeres deportistas que iniciaron nuevos caminos, rompieron barreras, y trascendieron en las generaciones venideras, en la línea del artículo que acaban de leer.


