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2011: ¿Inflación o deflación?

Aunque la inflación repunta levemente con respecto a 2009, lo hace por culpa de las materias primas. El resto de la economía sigue fría y deflacionista. El año próximo, si no ocurre una catástrofe, seguirá así.

Tras más de dos años de crisis la inflación no termina de dispararse a pesar de las políticas monetarias abiertamente expansivas que han adoptado los principales bancos centrales. El BCE y, especialmente, la FED llevan desde que empezó la crisis tratando –en vano– de reanimar el cadáver inyectando ingentes cantidades de dinero en el sistema. Pero el cadáver, como era de prever, no resucita.

Todo ese dinero de nueva creación ha sido introducido mediante artimañas tales como la compra masiva de deuda soberana, las ventanillas de descuento para los bancos o tipos de interés negativos. Parte de ese dinero ha entrado en la economía vía gasto público a través de rescates y planes de estímulo como los que Obama lleva a cabo en Estados Unidos con desastrosas consecuencias. El Gobierno español, ayuno de la socorrida herramienta monetaria, ha tratado de "estimular" la economía mediante endeudamiento en el exterior con los resultados por todos conocidos.

Lo que persiguen los Gobiernos es volver a los "buenos tiempos" de elevadas recaudaciones fiscales aunque sea a costa de generar una inflación galopante que, desde el punto de vista de un político moroso (como es el caso de los nuestros) no sería tan dramática ya que cancelaría deudas a toda velocidad.

Por fortuna, el dinero extra que ha obtenido la banca para, en muchos casos, sobrevivir no ha terminado en el mercado. Esto ha sido –y sigue siendo– así tanto porque los bancos no quieren prestar, como porque los agentes económicos (individuos y empresas) no quieren pedir prestado. Tras la burbuja financiera e inmobiliaria que hemos padecido, lo último en lo que piensa el ciudadano medio (o la empresa media) es en endeudarse más aún de lo que ya está.

Los bancos, por su parte, se lo piensan mucho más antes de conceder un crédito y, además, enfrentan nuevas regulaciones. Los buenos balances de los bancos y su exceso de reservas se deben precisamente a eso. La banca exhibe ahora la prudencia que debiera haber exhibido en los años locos, cuando prestaba alegremente sin preocuparse siquiera de los colaterales. Ahora los bancos están recuperando parte de lo que habían prestado y, al no conceder créditos nuevos, se está destruyendo dinero. Esto compensa las inconscientes expansiones de la banca central. Por eso los políticos están tan enfadados. El mercado, es decir, la suma de individuos pensantes y actuantes, no les obedecen, hacen sus propios cálculos y van a lo suyo.

Hay, lógicamente, mucha gente que no está endeudada, que no cometió irresponsabilidades crediticias durante la burbuja y que ahora puede permitirse el lujo de gastar e invertir. Pero, puestos ante el panorama actual, no están demasiado incentivados para consumir. Unos porque pretenden consolidar sus reservas por si las cosas empeoran, otros porque aspiran a comprar más barato. En definitiva, el dinero es reacio a moverse. La gente no lo repudia, como sucede en las hiperinflaciones, sino que lo almacena en sus cuentas de ahorro en espera de mejores oportunidades de inversión.

La situación no es buena, pero es bastante mejor que una escalada inflacionista de imprevisibles consecuencias. Las aguas van, poco a poco, volviendo a su cauce tras la riada de dinero barato que inundó los mercados durante buena parte de la pasada década. A no ser que suceda algo imprevisto y catastrófico o que Bernanke y Trichet acuerden arrojar billetes desde helicópteros, el escenario deflacionista promete mantenerse, como mínimo, un año más.

Teniendo esto en cuenta es fácil saber qué sectores de la economía crecerán y cuáles se hundirán un poco más. Los más cercanos al consumo, especialmente al consumo suntuario tipo viajes, irán hacia abajo. Y no es una predicción, es un hecho. La parcela del IPC más ha descendido en noviembre ha sido la de viajes organizados, con un 5,1% de descenso, la segunda la de hoteles y alojamientos con un 4,9%. Visto esto, los inversores que esperen un retorno rápido de la inversión deberían huir como alma que lleva el diablo de aerolíneas y cadenas hoteleras, o, si pretenden apalancarse, comprar ahora a precio de chiste y esperar a que amaine dentro de unos años. A fin de cuentas, más tarde o más temprano volveremos a irnos de vacaciones.

Otros productos terminados como los automóviles, la electrónica de consumo o, directamente, el millón y medio de casas vacías que hay en España seguirán bajando. Hay exceso de todos ellos y los aficionados a cambiarse de coche cada dos años ya no lo son tanto aunque puedan permitírselo. Ahí están las matriculaciones como prueba, que se han despeñado bastante más que el PIB.

Entonces, ¿qué va a subir de precio? Probablemente las materias primas, punto de la cadena de producción más alejado del consumo y refugio de valor ante la devaluación continua de las monedas por parte de los bancos centrales. No es casualidad que toda la inversión se focalice ahí cuando hace unos años se focalizaba en las promociones inmobiliarias y la compra de suelo. Sencillo de entender. Es allí donde está el dinero, y el dinero está allí por la simple razón de que el mundo, nos guste o no, demanda más hierro y menos casas, más petróleo y menos automóviles.   

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