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Crónicas murcianas

Somos un rebaño y lo seguiremos siendo.

La sociedad española actual es posiblemente la más politizada de todos los países occidentales, ya de por sí extraordinariamente ideologizados. La política, esto es, la gestión de la "cosa pública", no se rige por criterios técnicos si no en función de los prejuicios ideológicos de los grandes partidos. Al mismo tiempo, tras décadas de educación estatal y bombardeo de los medios de comunicación, el español medio lo espera todo del gobierno. Exigimos al gobierno la proporción de una vivienda, "digna" por supuesto (sea esto lo que signifique), un puesto de trabajo "estable" y bien remunerado, dinero cuando tenemos un hijo, atención sanitaria "gratuita", educación pública también gratuita, una pensión cuando llega la hora de la jubilación y que, finalmente, se ocupe de nuestras necesidades cuando al final de nuestros días no podamos valernos por nosotros mismos. De la cuna a la tumba, la principal aspiración de los españoles es que el estado, los políticos, financien nuestra existencia, aunque para ello debamos transferirles el control sobre aspectos de nuestra vida que ninguna mente sana estaría dispuesta a tolerar.

Por supuesto ni la sanidad, ni el sistema de previsión social, ni la educación ni ningún servicio prestado por el gobierno es gratuito. Al contrario, es mucho más caro y, además, ineficiente. Pero como el ciudadano medio no está dispuesto a tomar el control de su vida, prefiere una maquinaria estatal todopoderosa que se encargue, mal que bien, de subvenir sus necesidades y las de los suyos.

Somos como un rebaño maltratado por los gañanes y el mayoral que prefiere la esclavitud siempre que haya algo de forraje en el pesebre. Sólo así se explica que una persona como Zapatero ganara unas elecciones generales, renovara el éxito en las siguientes y tenga todos los visos de volver a ser presidente en 2012. El drama nacional es que si surgiera un político que propusiera eliminar el impuesto sobre la renta, privatizar los servicios públicos, suprimir las absurdas autonomías y reducir el gasto estatal en un noventa por ciento, no le votaría ni su señora madre. Además le desheredaría por loco y por traidor.

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