Hay quien analiza la victoria de Trump como si se estuviera mirando el ombligo, como si sus propias obsesiones ideológicas fueran el alfa y el omega, como si lo que ellos opinen tuviera alguna importancia sobre lo que lleva a los norteamericanos a votar a uno u otro candidato. Para ellos, Trump es un fascista, un machista, un racista; y por tanto quienes lo han votado lo han hecho porque también lo son. Y ese es el nivel del análisis: sólo se acerca en estupidez a los análisis que hacían antes de que se votara este 5 de noviembre.
Las elecciones en Estados Unidos se deciden siempre por un margen estrecho, incluso cuando el ganador es muy claro, y se deciden por razones de fondo. No, Trump no es machista, ni racista, ni fascista ni lo son sus votantes. Los temas que han decidido las elecciones son principalmente dos, fuertemente ligados: la economía y la inmigración. La inflación ha hecho que muchos norteamericanos hayan visto cómo su sueldo ya no les permite comprar lo que les permitía hace cuatros años y han comparado eso con lo que tenían cuando gobernaba Trump y decidido que, francamente, vivían mejor con el señor del pelo naranja.
Y no digamos ya si perteneces a la clase baja que aspira a unos empleos para los que tienen que competir con los inmigrantes que han llegado ilegalmente al país en los últimos años. Hasta que llegó la pandemia, los sueldos más bajos de Estados Unidos estaban creciendo no porque Trump subiera el salario mínimo, sino porque las empresas tenían que competir por esos trabajadores, y el Gobierno no estaba dejando que llegaran más inmigrantes para reducir esa presión. Eso se acabó con Biden y Harris. ¿Cómo van a votarles? Y esto sin ni siquiera entrar en la dificultad de integrar a millones y millones de personas en tan poco tiempo ni los problemas de delincuencia que han traido.
Esas son las cosas que han decidido las elecciones. No los intentos de asesinato de Trump ni el hecho de que Kamala Harris sea una mujer negra.