Donald Trump ha vuelto a acaparar titulares con su decisión de aceptar un avión presidencial ofrecido por la familia real de Qatar, una medida que ha generado controversia incluso entre sus propios partidarios. Este interés por un nuevo avión no es reciente: en 2018, Trump ya impulsó la renovación de los actuales Air Force One y Air Force Two, los aviones oficiales del presidente y el vicepresidente de Estados Unidos.
Encargados en 1985 y entregados en 1990, estos aparatos ya tienen muchas décadas a las espaldas, por lo que contrató a Boeing para que los reemplazara.
Sin embargo, el proyecto ha sufrido constantes retrasos. Boeing, encargada de la fabricación, no ha cumplido con los plazos, hasta el punto de que el expresidente Joe Biden consideró cancelar el contrato por los continuos incumplimientos.
Ahora, con Trump de vuelta en el poder, Boeing ha admitido que los nuevos aviones no estarán listos hasta, como mínimo, después de su mandato, es decir, dentro de al menos cuatro años. Ante esta demora, Trump ha optado por una solución provisional: aceptar un avión presidencial ofrecido por Qatar, equipado con un lujoso y ostentoso mobiliario, muy al gusto hortera árabe que, para qué engañarnos, también coincide con los gustos del presidente.
Este avión sería adaptado por un contratista habitual del gobierno para incorporar los sistemas de comunicación y seguridad necesarios, funcionando como un Air Force One temporal hasta que Boeing entregue los nuevos.
Implicaciones políticas y conflictos de interés
El problema radica en las implicaciones políticas de esta decisión. El avión, valorado en unos 400 millones de dólares, es un regalo del gobierno de Qatar, un país que no goza de especial simpatía entre los sectores más conservadores del Partido Republicano, incluidos los seguidores más fieles de Trump.
Aceptar un obsequio de tal magnitud plantea dudas sobre la imparcialidad del presidente en sus futuras decisiones respecto a Catar y Oriente Medio, ya que cualquier movimiento será escrutado bajo la sombra de este gesto.
La controversia se agrava porque Trump ha anunciado que, una vez que el avión deje de usarse, pasará a formar parte de su biblioteca presidencial, un proyecto que, como es habitual en los expresidentes, sirve más para ensalzar su legado que para fines prácticos.
Estas bibliotecas, llenas de documentos, fotos y recuerdos de la presidencia, suelen ser un reflejo del ego de sus protagonistas. En el caso de Trump, la inclusión de un avión presidencial visitable promete convertir su biblioteca en la más popular, algo que encaja perfectamente con su personalidad.
Aún más grave sería que, aunque nominalmente quede a nombre de la fundación que gestione la biblioteca, Trump lo siga usando cuando ya no sea presidente. Aunque el gobierno asegura que la maniobra es legal, la percepción de conflicto de intereses es inevitable.
Incluso algunos de los republicanos más leales han criticado la decisión, considerando que cruza una línea ética. Queda por ver si Trump recapacitará o, como parece, se quedará con el avión.

