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Trump seguirá luchando contra Harvard: el sectarismo no merece dinero público

Este segundo mandato de Trump, más audaz y decidido, ha llevado a algunos a interpretarlo como un ataque contra la ciencia e intelectualidad.

La administración de Donald Trump está intensificando su presión sobre la Universidad de Harvard, un movimiento que, aunque los tribunales han frenado por ahora, parece lejos de detenerse. Este segundo mandato de Trump, más audaz y decidido, ha llevado a algunos a interpretar esta ofensiva como un ataque contra la intelectualidad, la ciencia y las grandes instituciones americanas. Sin embargo, la realidad es algo más compleja y no se reduce a un simple enfrentamiento entre Trump y el mundo académico.

La izquierda, la ideología predominante

El origen del conflicto está en que las propias universidades estadounidenses, con Harvard a la cabeza, han perdido su rumbo. Desde finales de los años 60, tras las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam, las universidades comenzaron a ceder ante las demandas de un alumnado cada vez más radicalizado. Muchos de aquellos activistas se convirtieron en profesores, y aunque inicialmente su impacto fue limitado, lograron establecer un filtro ideológico que, con el tiempo, desplazó a las instituciones hacia la izquierda, y hacia una izquierda especialmente sectaria. En Harvard, por ejemplo, los profesores abiertamente de derechas son una rareza, mientras que los de izquierda dominan abrumadoramente. Este ambiente ha creado un clima donde expresar ideas contrarias a la izquierda no solo es transgresor, sino que puede tener consecuencias reales para la carrera académica en un ambiente que no es que sea woke, sino que es donde el movimiento woke nació y el único ya donde domina de forma abrumadora como si estuviéramos en el auge del Black Lives Matter

Un caso emblemático es el de Roland Fryer, un economista de tendencia progresista que investigó los tiroteos policiales en Estados Unidos y descubrió, contra sus propias expectativas, que la policía no es más propensa a disparar a delincuentes negros que a los de otras razas. Este hallazgo le valió un acoso institucional que, aunque no logró expulsarlo, dañó gravemente su carrera durante años. La responsable de liderar esta campaña contra Fryer fue ascendida a rectora de Harvard, un ejemplo de cómo la universidad ha castigado la disidencia intelectual. Aunque esa rectora ya no está en el cargo por su posición cuando menos comprensiva hacia el antisemitismo y porque se descubrió que había construido su carrera académica mediante el plagio, el caso ilustra el ambiente de intolerancia ideológica que los republicanos, y la derecha en general, denuncian.

La Ivy League, en el punto de mira

Por ello, la ofensiva de Trump contra Harvard responde a una percepción extendida entre los conservadores: estas instituciones, convertidas en feudos de la izquierda, no deberían recibir fondos públicos provenientes de los impuestos de todos, sean de izquierdas o de derechas. Aunque gran parte del dinero que Harvard recibe del gobierno federal se destina a investigaciones médicas, la administración Trump ve en estos fondos una palanca para forzar cambios, una presión que no se limitará a Harvard y se extenderá a otras universidades de la Ivy League, como Yale, Princeton o Stanford, esas que conocemos todos aunque sólo sea de oídas.

Lejos de ser una cruzada de Trump contra el saber, este conflicto refleja una reacción ante unas universidades que, según sus detractores, han traicionado precisamente su misión de dedicarse al descubrimiento y transmisión del conocimiento, al priorizar la ideología sobre la libertad intelectual. La responsabilidad, en última instancia, de esta batalla recae en las propias universidades.

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