
La pequeña oleada de cartas-bomba y cartas amenazantes que se recibieron en España durante los últimos días de noviembre y primeros días de diciembre tan sólo dejaron un herido. Se trata de un trabajador de la embajada de Ucrania en Madrid, al que le estalló la carga explosiva de la misiva cuando la manipulaba en las instalaciones de la delegación diplomática. Fue la única víctima, aunque pudo haber más.
Estas cartas se enviaron a la embajada de Ucrania en Madrid, a las oficinas consulares del país en Madrid, Barcelona y Málaga -aunque estas fueron interceptadas por la Policía Nacional-, y también a dependencias oficiales del Gobierno de España, como el Palacio de La Moncloa, el Ministerio de Defensa o la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid). Otra llegó a Instalaza, una empresa que fabrica un tipo de lanzacohetes enviados a Ucrania por los gobiernos de España y Estonia.
La Policía Nacional comenzó una investigación para saber quién era el autor de estos envíos, pero la misma se encuentra, aparentemente, en punto muerto. Lo único que ha trascendido por ahora es que los envíos fueron realizados desde el área de Valladolid. Ahora, el diario New York Times aporta alguna información extra filtrada por los servicios de inteligencia de su país y que apunta a Rusia como la inductora de estos envíos.
Según explican, detrás del envío de estas cartas podría estar la organización de extrema derecha Movimiento Imperial Ruso, con buenos contactos tanto en el Kremlin como en los servicios de inteligencia rusos y que, entre otras cosas, tendría un campo de entrenamiento paramilitar en las cercanías de San Petersburgo. Una organización que tiene contacto con grupos afines de toda Europa y algunos de cuyos líderes estuvieran de visita en España hace más de un año.
El diario estadounidense dice que los autores habrían sido alguno de los grupúsculos de extrema derecha españoles con buenas relaciones con el Movimiento Imperial Ruso y que uno de los objetivos habría sido ver la capacidad que tendría Rusia para poder golpear y desestabilizar a los países que están apoyando a Ucrania sin necesidad de escalar el conflicto a una situación de guerra de facto entre los países de la OTAN y Moscú.
