
Aunque pueda parecer lo contrario, no sería exagerado decir que la guerra que parece que está a punto de empezar en el sur del Líbano empieza a gestarse en 2006, justo cuando acaba la llamada Segunda Guerra del Líbano, la primera que enfrentó a Israel y Hezbolá.
El conflicto llegaba también después años de acoso a Israel desde más allá de la frontera libanesa y, aunque estuvo muy lejos de ser la contundente victoria que esperaban los israelíes, si sirvió para alcanzar un acuerdo de paz que podría haber servido para dar a la zona la tranquilidad que hace décadas que no tiene.
Estas condiciones de paz se recogían en la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que además del cese inmediato de hostilidades incluía la retirada de Israel a su lado de la frontera, la toma de control de la zona sur del Líbano por tropas del ejército regular de este país y la ONU, el desarme de todas las milicias –es decir, de Hezbolá, porque no hay otra– y la salida de todos los grupos armados –es decir, de Hezbolá, porque no hay otro– de la zona entre el río Litani y la frontera libanoisraelí, una franja de terreno de casi 30 kilómetros de ancho que daría al Estado judío el margen de seguridad para sus ciudadanos, decenas de miles, que viven en la zona más al norte del país.
La inoperancia de la ONU
La propia ONU tenía un papel muy importante en hacer que se cumpliesen esas condiciones y para ello se usó a la Fuerza de Interina de Naciones Unidas en Líbano (FINUL), creada en 1978 en el contexto de la guerra civil que arrasó el país durante 15 años y tras una primera incursión israelí en la zona sur, en respuesta a los ataques –ya entonces estábamos así– de milicias palestinas.
Los soldados de FINUL, cuyo número se amplió de 2.000 a 15.000 –ahora son casi 11.000– y entre los que siempre ha habido un importante contingente español –que en la actualidad está formado por 676 militares– tenían el papel fundamental de "asistir" al ejército libanés a crear esa zona libre de grupos armados entre la frontera israelí y el río Litani de la que hablábamos antes y que es un elemento fundamental para la seguridad de Israel.
Sin embargo, muy pronto se vio que el ejército del Líbano –que no es una excepción en un estado en el que nada, ni el propio Estado, funciona– era completamente incapaz de cumplir con esa misión, con o sin ayuda de los soldados de FINUL. Así que poco después de la puesta en marcha de la nueva misión ese contingente de soldados de todo el mundo quedó en un papel completamente desangelado, testimonial y, en alguna ocasión, poco menos que ridículo, como cuando dos vehículos de la ONU fueron detenidos, atacados y hasta se robó las armas a los soldados.
Todo el mundo sabía lo que estaba ocurriendo, pero durante 18 años la ONU no ha hecho nada para cambiar esa realidad y tampoco ha suspendido una misión que supone un importante coste para los países con mayores contingentes, como es el caso de España, por ejemplo: solo en el 2021 nuestra participación supuso un gasto de más de 140 millones. Y llevamos 16 años allí.
Hezbolá, ¿mejor que nunca?
Mientras tanto, en estos 18 años Hezbolá ha evolucionado y no sólo se ha convertido en una parte cada vez más esencial de la política libanesa, sino que se ha reforzado militarmente –es obvio que ambos procesos han avanzado en paralelo– y lo ha hecho en varios sentidos.
Hezbolá se crea en 1982 como un instrumento para luchar contra la invasión de Israel, que poco antes había entrado en el sur del Líbano. Ya entonces era financiada por Irán y, de hecho, sus primeros militantes fueron entrenados por miembros de la Guardia Revolucionaria de los ayatolas.
Desde entonces, bajo el liderazgo de Hassan Nasrallah y una obediencia incuestionable al régimen de los ayatolas, ha crecido con varios hitos. La Segunda Guerra del Líbano fue uno de ellos: quizá Hezbolá no la ganase en el terreno militar, pero le puso las cosas mucho más difíciles al ejército israelí de lo previsto y, además, tampoco ha tenido que sufrir los efectos que debería haber tenido la derrota.
El más importante, sin embargo, fue la guerra civil en Siria, en la que la banda terrorista entró por orden de Irán para apoyar el régimen de Bashar al-Asad y donde muchos de sus terroristas ganaron experiencia de combate.
Además, y siempre con el dinero de Irán, ha ido ampliando y completando su arsenal. Hasta este nuevo episodio se decía que tenía 150.000 cohetes dispuestos para ser lanzados a Israel –es razonable pensar que las últimas campañas masivas de bombardeos están empezando a recortar esta cifra– entre los que hay cohetes de varios rangos y capacidades, misiles antitanque y drones, según los datos que maneja la inteligencia israelí. Además, hace ya meses que se sabe que están tratando de lograr cohetes de alta precisión que serían una amenaza mayor y, de hecho, este mismo martes han lanzado un misil contra Tel Aviv, que ha sido interceptado antes de llegar a su objetivo.
El ejército israelí calcula que la banda terrorista tenía hace unos meses entre 20.000 y 30.000 hombres de los que de 5.000 a 7.000 pueden ser considerados fuerzas especiales, son sobre todo los que tienen esa experiencia de combate. La incógnita ahora sería, eso sí, saber cuántos de ellos han sido puestos fuera de combate por la genial operación de los buscas y walkie talkies.
Además, un teniente coronel del ejército israelí destacaba, en un encuentro con periodistas foráneos, otras cualidades de Hezbolá que han de ser tenidas en cuenta: "Es una organización ágil, que aprende rápido y que conoce muy bien el territorio en el sur del Líbano", además de ser "un ejército terrorista que no tiene que seguir las reglas" convencionales de la guerra.
Un año de acoso brutal
Aunque en ningún momento ha dado la sensación de buscar una escalada definitiva con Israel, lo cierto es que este poderío militar creciente puede haber dado confianza a los de Nasrallah –y a sus amos iraníes, que al final son los que marcan lo que hay que hacer– para no rebajar la presión que han ejercido sobre los israelíes. También es cierto que en el contexto político de Oriente Medio, retirarse no suele ser una opción porque siempre es visto como una muestra de debilidad, algo que no pueden permitirse ni Hezbolá ni Irán.
Pero aunque Hezbolá no ha dado la impresión de querer desatar con una agresión concreta una guerra a gran escala, desde el pasado 7 de octubre los terroristas han lanzado contra Israel al menos 8.000 proyectiles de diferente tipo, han matado a varias decenas de personas –entre ellos más de diez niños que fueron asesinados durante un partido de fútbol– y su presión mantiene a decenas de miles de israelíes fuera de sus hogares, viviendo como refugiados en otras partes del país. Concretamente, hasta la última escalada de tensión 61.000 personas estaban fuera de sus casas y ahora son más, aunque todavía no se dispone de cifras concretas.
Esta es la situación que ha llevado al estado actual de las cosas en el que parece que una confrontación a gran escala puede desatarse en los próximos días, quizá semanas. De hecho, este mismo miércoles uno de los militares de más alta graduación del frente norte del ejército israelí ha advertido de que "hemos entrado en una nueva fase de la campaña y debemos estar totalmente preparados para la acción".