Este viernes hemos conocido el dato de inflación de la zona euro. Los precios han subido un 2,4% en 2024 y la inflación subyacente se ha quedado en el 2,7%. Unos datos que confirman una tendencia alcista de la depreciación monetaria, pero que el mercado acoge con optimismo debido a que no se trata de datos extraordinariamente preocupantes o que obliguen al BCE a cambiar su política de caída de tipos de interés.
Además, esta semana también hemos conocido que el tradicional motor económico del viejo continente, Alemania, comparte el farolillo rojo de los países del Euro junto a Francia. Europa cada vez preocupa y mucho por su falta de y la debilidad productiva de sus distintos países.
El propio Draghi ya lo vio y lo plasmó en su famoso informe. Un informe en el que acierta en el diagnóstico pero no en el tratamiento, ya que pide invertir de nuevo miles de millones de euros para sacar adelante a la UE.
El problema que aqueja a Europa es que en las dos últimas décadas ha dejado de perseguir objetivos legítimos, como el aumento de la productividad, la riqueza o la prosperidad de sus ciudadanos y se ha centrado en cumplir una agenda ideológica cuya máxima expresión llegó con la famosa agenda 2030.
La productividad, el trabajo, o el incremento de la renta per cápita se ha sacrificado en favor del incremento de los impuestos a la producción, la persecución de la emisión de gases de efecto invernadero, el establecimientos de sellos ESG para cualquier empresa o la persecución de créditos verdes. Por no hablar de la absurda decisión de acabar con la energía nuclear o los coches de combustión interna.
Una agenda ideológica que ha condenado a Europa a la irrelevancia en la escena internacional. No lideramos ningún sector y mucho menos estamos a la vanguardia de la revolución tecnológica que hoy escribe las primeras páginas del futuro.
Países como China -aludido permanentemente por Draghi en su informe- o EEUU, siguen liderando el progreso, la evolución y la vanguardia en tecnología, industria o servicios. En Europa ya no podemos competir ni con los coches alemanes.
El exceso de preocupación, en su mayoría impostado, por el medio ambiente y el famoso estado del bienestar, ha llenado los gobiernos europeos de políticos intervencionistas que han condenado a Europa a la irrelevancia y a los europeos a la mediocridad, por no hablar de países como España en donde sus ciudadanos cada día nos hundimos más en la pobreza.
El campo europeo vive atenazado por unas normas absurdas que obligan por ejemplo a no desbrozar las plantaciones, o a tener que separar los árboles plantados para que las tierras de cultivo sean "devueltas" a la naturaleza. Las granjas se ven amenazadas por los mantras que hablan de consumo de insectos para que los animales no sean explotados.
En definitiva, el virus woke, cargado de intervencionismo, ha enfermado al viejo continente. Tal y como el analista Enrique Navarro explica en Con Ánimo de Lucro, "Europa es un enfermo enganchado al respirador del dinero barato y si se lo quitas, se muere".