El título de hoy exige una apostilla que, por otro lado, está implícita en sus propios términos, tanto que la disyuntiva viene dada por el valor intrínseco de los mismos.
Es decir, que la independencia no tiene grados, no es susceptible de relativismo, tampoco puede ser sometida a condicionantes, o a excepciones, ni puede encubrirse su contraria, la dependencia, para forzar unanimidad en las opiniones/decisiones.
Para emitir una opinión, un juicio, o se es independiente – obedeciendo a la propia conciencia debidamente formada – o se es esclavo de opinión ajena, asumiéndola como propia, por el predominio de intereses, en desdoro del ser humano y de la verdad que reside en su interior. En palabras de San Agustín, "In interiori homine habitat veritas" ["De vera religione" XXXIX, 72].
Y lo que se dice del ser humano singular, es aplicable también a los órganos e instituciones, regidas por seres humanos, racionales y libres, para ajustar sus juicios a la verdad, sin malformaciones para confundir, aún a pretexto de unidad interna, encubriendo a la misma verdad.
Que en una democracia existan personas públicas, órganos e instituciones, que sientan la libertad, que les es innata para defender la verdad, por encima de cualquier coacción, es signo de fortaleza democrática.
Las luchas internas entre sus miembros para forzar una opinión colectiva, ajena a la libertad de sus miembros en expresarla, es el signo más elocuente de la corrupción institucional: inicio de procesos dictatoriales.
Su límite, también de la persona singular, asumiendo opiniones, informes solicitados por otras instituciones u órganos de poder, se produce cuando quien participa – ser libre y responsable –, a sabiendas, renuncia a su libertad y a su responsabilidad, en definitiva, a su independencia, para complacer al ordenante o para conseguir una recompensa.
Algunos lectores se estarán preguntando, a qué viene habernos adentrado hoy en este planteamiento filosófico sobre la libertad y sobre la verdad, a la hora de conformar una opinión política o social, de la que, esparcida profusamente, beberán no pocos de los interesados en las cuestiones abordadas.
La bebida esparcida, es tóxica por sí misma, en cuanto que confunde deliberadamente y aparta de la verdad, conduciendo al error a quienes, con escasa información, suponen que, dada la institución, o el autor, el juicio emitido debe ser, de suyo, verídico; cuando, realmente es, simplemente, el dictado del autoritarismo, auxiliado por quienes renunciaron a su libertad y a su conciencia, a sabiendas de faltar a la verdad.
Algunas instituciones, inoculadas por ese virus, han dejado de ser referencia para muchos; y lo ocurrido con ellas en un próximo pasado, sigue pretendiendo conseguirse de otras, todavía vírgenes de la contaminación.
Las informaciones disponibles han sido elocuentes, para conocer, horrorizados, el intento de colonización por el poder ejecutivo de la AIREF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal); una voz que muchos hemos considerado la más autorizada en informes y dictámenes sobre materias de su competencia. Las presiones recientes del poder ejecutivo para moldear su opinión, son una afrenta a la verdad y un ataque a la democracia.
Si la AIREF perdiera su independencia, carecería de sentido.

