
España lleva décadas atrapada en una parálisis salarial que no encuentra solución. Los datos lo confirman de forma abrumadora: en los últimos treinta años, el salario real medio ha crecido apenas un 6 %, según Eurostat. Mientras tanto, Irlanda lo ha hecho un +72 %, Suecia un +57 %, y países comparables como Portugal o Francia superan el +24 % y +27 % respectivamente. Solo Italia comparte con España este estancamiento, con un crecimiento del +3 % que incluso se torna negativo al analizar las cifras para los empleados a tiempo completo. Según los últimos datos de la OCDE que ha recogido El Mundo, el resultado es todavía peor para España porque los salarios reales en ese mismo periodo sólo habrían crecido un 2,76%, el cuarto peor de los 38 países miembros.
Y lo más grave es que la situación no ha mejorado en los últimos años, sino que ha empeorado. Como muestra la Encuesta Anual de Estructura Salarial del INE, el salario medio real en España en el año 2023 fue un 1,9 % inferior al de 2018, a pesar de que el salario nominal ha subido a lo largo de este periodo. La razón: la inflación ha devorado cualquier ganancia.
Los salarios no suben, pero los costes sobre el trabajo sí lo hacen. Desde que entró en vigor el Mecanismo de Equidad Intergeneracional y la nueva cuota de solidaridad, las cotizaciones se han disparado, provocando un aumento del 6,2 % en los costes laborales no salariales. Todo esto ha ocurrido en apenas dos años. ¿El resultado? Trabajar en España es cada vez menos rentable para todos: para el empleado, para el empleador y para el país.
Además, el número de personas con ingresos relativamente altos es muy limitado. Como ha explicado el ingeniero industrial y divulgador económico Jon González, apenas 6 millones de personas declaran más de 30.000 euros de ingresos brutos anuales, una cifra muy reducida, especialmente si tenemos en cuenta que 30.000 euros son un umbral de ingresos muy alejado de lo que verdaderamente podríamos considerar "renta alta". De esta cifra, y según datos cruzados de Hacienda, la Seguridad Social y la EPA, sabemos que un tercio son pensionistas y otra tercera parte, empleados públicos, de modo que el peso del sector privado en esa franja es minoritario.
¿Dónde están los verdaderamente ricos? Simple: no están. En 2022, según la Agencia Tributaria, solo 852 personas en toda España declararon un patrimonio superior a los 30 millones de euros. Para comparar: en Estados Unidos había más de 200.000 personas con ese nivel, con una población solo siete veces mayor. Ajustando las cifras, nuestro país debería tener en torno a 6.000 ricos para presentar una estructura de grandes patrimonios comparable a la del país norteamericano. Incluso aspirando simplemente a una tasa equivalente al 50% de las cifras alcanzadas en suelo estadounidense, hablaríamos de algo más de 3.000 patrimonios de más de 30 millones, es decir, casi 4 veces menos de lo que realmente nos encontramos en nuestro país.
Este empobrecimiento, objetivo en base a los datos y apuntalado por el hecho de que la renta de los españoles está cada vez más lejos de la media europea y ya está a años luz de los niveles apreciados en Estados Unidos, se refuerza con un problema subjetivo: la visión cultural de la riqueza. En su estudio internacional sobre la percepción de los ricos, el empresario, autor superventas y colaborador de Libre Mercado, Rainer Zitelmann puso de manifiesto que España es uno de los países donde más predomina la mentalidad de suma cero, es decir, la idea de que, en el mercado, si uno gana es porque otro pierde. En lugar de ver la riqueza como un proceso de creación, esta forma de entender el comercio percibe cualquier enriquecimiento como resultado de un reparto injusto. Siguiendo esa lógica, aspirar al éxito económico despierta sospechas, no admiración.
Y eso nos lleva a lo más profundo del problema: la mediocridad normalizada. En España, se llama "rico" a aquel que, simplemente, no es pobre. Como ha denunciado el profesor de la Universidad de Pensilvania, Jesús Fernández-Villaverde, en sus últimas conferencias y en sus publicaciones en redes sociales, el hecho de que se considere que con 80.000 euros brutos anuales "se vive de cine" revela hasta qué punto se han desdibujado las referencias. Con ese sueldo, JFV recalca que una familia no puede permitirse lujo alguno y simplemente puede aspirar a tener una vida clasemediera, quizá sin apuros, pero lejos de grandes comodidades.
"Pocas cosas ilustran mejor cómo hemos interiorizado la mediocridad económica que creer que ganar 250.000 euros brutos al año en Madrid es "vivir bien". Esa renta equivale a tener unos seis millones de euros en activos financieros más una vivienda en propiedad. Es vivir mejor que la inmensa mayoría de los españoles, sí. Pero no es vivir como un rico. Nos conformamos con nada", ha señalado a este respecto Fernández Villaverde.
El pobrismo domina el debate en España
El problema no es solo económico. Es moral y aspiracional. Como expliqué en mi libro Por qué soy liberal (Deusto, 2021), el pobrismo es esa ideología que condena la ambición, glorifica el conformismo y castiga la excelencia. Este marco de pensamiento prefiere el igualitarismo mediocre a la desigualdad dinámica. Es el credo de quien teme el éxito ajeno y desconfía del mérito. Cuando cala esta idea, el problema ya no es que no haya ricos, sino que, además, nadie se atreve a aspirar a serlo, porque el predominio de esta cultura significa traicionar al grupo y convertirse en sospechoso.
Estas ideas encuentran eco en los escritos de pensadores como Deirdre McCloskey y Antonio Escohotado, quienes escribieron páginas y páginas sobre la importancia de respetar y tolerar la creación de riqueza como paso previo para asegurar que una sociedad puede prosperar. Sin embargo, el rechazo a los ricos y al capitalismo sigue teniendo demasiado eco en la sociedad de nuestro país. Y, mientras tanto, el resultado es el que es: la productividad se estanca, los salarios reales no suben, y la generación de riqueza sigue siendo una excepción en lugar de una aspiración nacional.
España no necesita más reparto de la riqueza: necesita más creación de riqueza… y eso solo vendrá con menos pobrismo, más ambición y una reconciliación cultural con el éxito. O abandonamos el tercermundismo mental en el que nos hemos enfrascado o el resultado no será otro que la profundización de la decadencia que ya venimos sufriendo desde hace demasiados años.

