
Por mucho que el tema se vaya enfriando, les puedo asegurar que a mí no se me va a olvidar el apagón que vivimos el pasado 28 de abril. Algunos pretenden pasar de puntillas sobre el evento más catastrófico en nuestra historia eléctrica, pero no se lo permitiremos. La red eléctrica colapsó con una rapidez tan humillante como previsible. ¿Y qué ha hecho Red Eléctrica, el operador del sistema, desde entonces? Lo esperable, sacudirse las responsabilidades y fingir que todo ha funcionado según el libro. Un manual de excusas que, al parecer, empieza a estar más gastado que sus sistemas de control de tensión.
En un alarde de sobreactuación orquestada, su cúpula directiva ha salido en público para declarar, con pasmosa serenidad, que no ven necesario provisionar ni un solo euro ante las posibles reclamaciones por los daños del apagón. Es decir, creen que no habrá indemnizaciones que pagar porque ellos lo hicieron todo bien. Las palabras exactas utilizadas fueron "Red Eléctrica fue absolutamente diligente". Sin duda, que al operador de la red se le caiga la red debió ser un fenómeno místico, una conjunción astral, una casualidad sin culpables.
La realidad, en cambio, es mucho más tozuda. El propio Gobierno, en su informe oficial sobre el apagón, reconoció que Red Eléctrica actuó de manera indebida. El Gobierno afirmó que la programación del sistema eléctrico aquel día fue incorrecta, que se dejaron fuera miles de megavatios disponibles, y que el sistema operó sin las garantías técnicas necesarias. En cristiano: Red Eléctrica planificó mal, muy mal. Y esa mala planificación fue una de las claves del colapso. Por eso ni siquiera contemplan la posibilidad de asumir las consecuencias de sus errores. Se están lavando las manos, con agua pública y jabón corporativo con aroma PSOE.
Estamos ante un modelo de gestión técnica sin responsabilidad real. Estamos ante un operador del sistema que actúa como si fuera infalible, blindado tras su papel institucional y arropado por la opacidad de los procedimientos. Vemos poca autocrítica, nada de humildad y demasiada arrogancia para haber fallecidos encima de la mesa. Parecen vivir en una certeza absoluta: que ellos no van a pagar por el apagón. Y si ellos no van a pagar, significa que van a intentar colocarle el marrón a otros. Endesa, Iberdrola y Naturgy, vayan calentando que salen en la segunda parte.
Mientras tanto, multitud de empresas se preparan para reclamar daños y la confianza en la estabilidad del sistema se resiente. Los propios portugueses estuvieron dos meses sin fiarse de nuestro sistema eléctrico y operaban las interconexiones con España con una cautela inédita. Y los ciudadanos asistimos atónitos al espectáculo en el que, los que tienen como único cometido gestionar la red, parecen no tener ninguna responsabilidad cuando la red se deshace como un azucarillo en el agua.
Eso sí, ya saben ustedes que las retribuciones de la alta dirección no se apagan nunca. La electricidad puede fallar, pero los bonus no. Y en ese cinismo contable, en ese cortocircuito ético, se resume el gran problema de fondo. Aunque el sistema se les caiga, aunque hayan fallecido ciudadanos que dependían de ellos, aunque el Gobierno les señale… la culpa es de otro. La culpa siempre es de otro.
