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¿Pagas impuestos… o te los quitan?

Las rentas medias y bajas pagan más de lo que reciben: el sistema fiscal castiga a trabajadores y jóvenes mientras el gasto público se dispara.

Las rentas medias y bajas pagan más de lo que reciben: el sistema fiscal castiga a trabajadores y jóvenes mientras el gasto público se dispara.
Carlos Arenas, analista de Estrategiasdeinversion.com | Estrategias de Inversión

Pagar impuestos es cosa asumida. Se puede cuestionar la legitimidad, pero es lo que hay. Todos lo hacemos. Al menos nos consolamos pensando que sin impuestos sería peor o que recibimos más de lo que pagamos. Pues no, solemos recibir menos. En algunos casos, mucho menos.

En muchos casos, y perdonadme el símil, es como si fueras a una cafetería y la cuenta del café fuesen 25 euros. Ante la cara de sorpresa, el camarero te explica que así ayudas a otros a que paguen el café, a pagar los derechos por tener un hilo musical en la cafetería, o a socializar los gastos de la cafetera.

En este absurdo caso, por lo menos puedes elegir no volver a tomar ese café. Con los impuestos no puedes elegir si financias lo que no consumes. No entramos al debate de la solidaridad. Eso sería otro artículo de más calado. Simplemente nos limitamos a señalar lo que hay.

Los datos nos dicen que buena parte de la población —sobre todo los trabajadores de rentas medias y bajas— reciben menos del estado de lo que pagan en impuestos. Y esto, aunque se presente como justicia fiscal, tiene mucho más de ingeniería ideológica.

Sabemos que las rentas medias son las grandes perjudicadas del sistema. Pagan mucho y reciben poco. Lo que en teoría iba a ser redistribución termina siendo una especie de redistribución inversa, donde el estado recauda mucho y devuelve poco… o lo malgasta.

Por ejemplo, los pensionistas reciben mucho más de lo que aportan. Pero quizá sea un derecho adquirido por los años de cotización. En cualquier caso, o eres pensionista, o ya sabes que te va a tocar apoquinar más de lo que recibes de vuelta. Y, en la mayor parte de los casos, la diferencia no es pequeña. Por ejemplo, una típica pareja con un hijo tiene un balance negativo del 17,3% (los datos son de 2022, con las subidas de estos 3 años, la situación es algo peor). Y un soltero o una pareja sin hijos, tiene un saldo negativo de más del 26%.

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Fuente: Carlos Arenas Laorga con datos de Fedea

Al final, el sistema funciona como un mosquito que día tras día te va quitando poder adquisitivo, capacidad de ahorro y, en el fondo, libertad. Por eso, que el día de la liberación fiscal sea el 18 de agosto es una ruina para cualquier trabajador. De hecho, autónomos y asalariados son grandes aportadores netos al sistema, del que reciben mucho menos de lo que dan.

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Fuente: Carlos Arenas Laorga con datos de Fedea

¿Significa esto que no debe existir ningún tipo de impuesto? No necesariamente. Pero sí conviene romper con el mito de que los impuestos son el precio de una sociedad civilizada, como si se tratara de una cuota voluntaria que garantiza educación, sanidad y bienestar. No lo es.

Los impuestos son, impuestos. Sí, la palabra no es voluntariedad, sino imposición. Pero cuando el estado se convierte en omnímodo, un ente que lo regula todo, lo paga todo y lo decide todo... la factura crece, la eficiencia cae y la libertad desaparece. Subvenciones a sectores zombis, duplicidades administrativas, gasto político descontrolado, aeropuertos sin aviones, coches oficiales, asesores, burocracia que alimenta a más burocracia. ¿Hay incendios? Se crea una nueva administración de prevención y regulación en la que los afortunados amigos de quien esté en el poder es ese momento se beneficiarán.

Y peor aún es que los gobiernos terminan gastando más de lo que recaudan. Entonces llega el déficit, la deuda... y más impuestos.

Bastiat lo decía con cierta crudeza: "El Estado es la gran ficción por la que todos intentan vivir a costa de los demás".

Y esto afecta especialmente a los jóvenes y a los trabajadores Son los que más pagan y menos margen tienen para optimizar su carga fiscal. Por si los jóvenes no lo tenían ya difícil con la precariedad laboral y el complejo accesos a la vivienda.

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Fuente: Carlos Arenas Laorga con datos de Fedea

Este artículo no pretende fomentar la insumisión fiscal ni el nihilismo económico. Pero sí despertar conciencia. Porque el sistema fiscal no es neutral, ni justo, ni equilibrado. Y cuanto más lo comprendamos, más presión podremos ejercer para que cambie.

No se trata de abarcar el debate del tamaño del estado, pero sí de que lo haga de forma más eficiente. Que no aspire a ser un padre proveedor omnipresente; que no penalice el éxito ni premie el conformismo; que nos devuelva el control sobre nuestro esfuerzo, nuestras decisiones y nuestro dinero.

Y, sobre todo, que nos trate como adultos responsables, no como súbditos sumisos.

Que el único grupo que no haya visto mermada su capacidad adquisitiva sea el de los pensionistas, nos puede hacer (mal)pensar que un grupo de 9 millones de personas sea más un caladero de votos que otra cosa. Tampoco se trata de quitar derechos adquiridos a los pensionistas, ni mucho menos.

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Fuente: Carlos Arenas Laorga

Vivir en sociedad implica contribuir. Pero una cosa es pagar lo justo, y otra muy distinta financiar un sistema sobredimensionado y opaco para beneficio de la casta política. Como inversores, como trabajadores, como ciudadanos, tenemos derecho a exigir eficiencia, transparencia y respeto a la propiedad.

Hay una frase que me gusta que no sé de donde saqué, pero la idea es que cuando el impuesto se convierte en confiscación, la libertad se transforma en ficción.

Y eso, por muy institucional que sea, sigue siendo un robo. Solo que legal.

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