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Quizá tu café te esté costando 425.000 euros y tú sin saberlo

Os voy a contar una historia real. Voy a cambiar los nombres, por deferencia al principal afectado, pero la historia es como sigue.

Os voy a contar una historia real. Voy a cambiar los nombres, por deferencia al principal afectado, pero la historia es como sigue.
Carlos Arenas es analista de Estrategiasdeinversion.com y doctor en economía. | Estrategias de Inversión

Ferrán tiene 30 años, vive en Madrid y trabaja como analista en una empresa que se dedica a comprar y vender compañías. No es un mal trabajo. Un poco exigente de horario, pero tampoco cobra una miseria. A Ferrán le encanta el café. Y hay una cafetería cerca de su trabajo a donde va siempre después de comer a por su favorito, un flat white espumoso, en vaso grande de cristal (el cartón ya no se lleva en esa cafetería tan elegante y moderna cuyo nombre prefiero no mentar).

Cada día, después de comer, va religiosamente a por su café vespertino, repitiendo su ritual en ese lugar en donde el wifi va más rápido que el de su casa y gente moderna teclea en sus ordenadores. El precio del café es de 3,85 euros. Es el café "pijo" como lo llaman en su oficina. En realidad, tampoco es tan caro tal y como están las cosas y es su pequeño capricho.

Un día, mientras Ferrán removía su café "pijo" con su cucharilla de bambú, un amigo del trabajo le explicó una cosa que hizo que parase en seco el estudiado movimiento de muñeca. Ferrán, desde entonces, dejó su espumoso vespertino para saborear rentabilidades.

Ese día por la noche, Ferrán hizo los cálculos que su colega le había explicado y descubrió con sorpresa que no solo tenía razón, sino que se había quedado corto. Abrió su Excel y escribió en una celda "77 euros al mes". Pensó que quería hacer dos cosas. La segunda era jubilarse a los 60 años. La primera, irse a Roma con su mujer. Y se lanzó a los cálculos.

Tenía 2 mil euros en la cuenta y quería comprarse un móvil nuevo. Con la historia que le había contado su amigo, decidió que no se gastaría todo en el nuevo teléfono y que se iría a uno de 700 euros. Que no está mal.

Miró la rentabilidad anualizada del S&P 500 los últimos 10 años y calculó qué pasaría si, con sus 1.300 euros, y su nuevo ahorro de 77 euros al mes, se invirtiese en el S&P 500. Ya le había dicho su amigo que rentabilidades pasadas no aseguran rentabilidades futuras, pero 10 años le pareció muestra suficiente como para ver qué sucedería. Y cuando vio el resultado, decidió dejar de beber el café para empezar a capitalizarlo.

Con 30 años de trabajo que le quedan hasta la jubilación, y su ahorro previo de 1.300 euros, haría unas aportaciones totales de 29.020 €. Y obtendría un resultado final de 425.775,99 €. Es decir, habría obtenido un rendimiento de 396.755,99 €.

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Fuente: Carlos Arenas Laorga

Con ese dinero, se podría jubilar a los 60 años. Y no solo eso, podría irse de viaje con su mujer a Roma. Un simple café diario…

Desde entonces, Ferrán ha pasado de coffee lover a latte financiero.

A Ferrán, como a muchos, le costó entender que lo importante no es lo que ahorras hoy, sino lo que dejas de ganar mañana si no lo inviertes. Esa constancia te da una libertad financiera que crece como una bola de nieve.

Ferrán empezó a hacerse el café de por la tarde en la oficina. 1,25 € se gasta al mes ahora mismo. Se dio cuenta de que su café no costaba 3,85 €, sino más de 425.000 euros. Y ahora se ríe de su antiguo yo.

A mí me encanta el café. Pero el coffee culture no es incompatible con esa pequeña decisión que tiene un impacto enorme.

Ahora, han pasado apenas dos años desde que Ferrán tomó esa decisión. Han sido dos buenos años y Ferrán ya está convencido de que lo seguirá haciendo. Es como hacer ejercicio. Cuando uno le pilla el truco, es un reto que casi engancha, te hace sentir mejor y ya no necesitas a nadie para convencerte de lo que ya has experimentado. No es el café, es el hábito.

A Ferrán le sigue gustando el café de autor, pero prefiere ser el autor de su vida. Lo cual no quita para que alguna vez se dé el capricho.

No es cuestión de suerte. Es tiempo e interés compuesto. Y, por supuesto, invertir con cabeza. Ya os contaré dentro de unos años, pero me la juego a que esta historia tiene un final feliz.

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