
El Premio Nobel de Economía de 2025 ha reconocido una idea tan antigua como poderosa: el progreso no nace del control, sino de la libertad. Los galardonados —Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt— comparten una intuición esencial del pensamiento liberal: las sociedades prosperan cuando las ideas compiten libremente, cuando la innovación sustituye lo viejo por lo nuevo y cuando el Estado no sofoca la creatividad humana.
El historiador económico Joel Mokyr lleva décadas desmontando el mito de que la Revolución Industrial fue un accidente histórico o una mera acumulación de capital. En obras como The Lever of Riches o A Culture of Growth, demostró que el verdadero motor del despegue británico fue una revolución de las ideas: una mentalidad abierta que valoraba la curiosidad, la razón y la experimentación por encima del dogma, la jerarquía o el miedo al error.
Para Mokyr, la clave estuvo en lo que llama la "República de las Letras", una red de pensadores, inventores y científicos que compartían conocimiento a través de libros, cartas y sociedades académicas. Esa apertura intelectual, inseparable de la tolerancia y la libertad de expresión, generó un entorno fértil para el ingenio humano. La máquina de vapor, el telar mecánico o la química industrial fueron solo las consecuencias visibles de un cambio invisible: la libertad para pensar diferente.
En palabras del propio Mokyr, "sin tolerancia ni libertad para discrepar, la innovación se marchita". Su visión es profundamente liberal clásica: confía en la capacidad de los individuos para crear, descubrir y mejorar, y ve la prosperidad como el resultado emergente de un proceso descentralizado. En este sentido, su pensamiento conecta con la tradición de Hayek, quien también defendió que el conocimiento está disperso y que solo las sociedades abiertas pueden aprovecharlo plenamente. Para Mokyr, el progreso europeo fue precisamente eso: una consecuencia no planificada de la libertad intelectual.
Un merecido galardón
El mensaje de Mokyr dialoga con la teoría del crecimiento endógeno desarrollada por Philippe Aghion y Peter Howitt en los años noventa, un modelo que cambió la forma en que entendemos el crecimiento moderno. Inspirados en la idea schumpeteriana de "destrucción creativa", explicaron que la prosperidad no depende tanto de la acumulación de capital como de la capacidad de generar conocimiento nuevo. En su marco teórico, cada innovación reemplaza a la anterior, elevando la productividad y transformando sectores enteros.
Aghion, en particular, ha sido un firme defensor de lo que él llama "capitalismo dinámico": un sistema basado en la competencia, la innovación y la movilidad social, donde el progreso surge del riesgo y no del control. En su libro The Power of Creative Destruction (2021), escrito junto a Howitt, sostiene que los países más prósperos son los que protegen la libre competencia y el emprendimiento, no los que intentan sustituirlos por burocracia o planificación estatal.
En ese sentido, los tres premiados —el historiador que explicó el origen cultural del crecimiento y los economistas que formalizaron su motor teórico— convergen en una misma conclusión: la libertad es el verdadero combustible del progreso. Donde hay libertad para experimentar, disentir y emprender, surgen las ideas que cambian el mundo. Donde se impone la uniformidad o el miedo al error, la innovación muere.
En el mejor momento
El Nobel de 2025 llega, además, en un momento en el que el intervencionismo y la desconfianza hacia la empresa vuelven a ganar terreno, con gobiernos que pretenden dirigir la innovación desde despachos o sustituir la competencia por control. Este premio es, en cierto modo, una vindicación de la economía liberal: recuerda que el progreso no se planifica, se libera; y que el Estado, lejos de ser el protagonista del crecimiento, debe limitarse a garantizar las reglas del juego y dejar que las personas creen, arriesguen y descubran.
Mokyr lo resumió con una frase luminosa: la Revolución Industrial fue, antes que nada, "una revolución en la forma de pensar". Una revolución que nació de la libertad, se nutrió de la curiosidad y sigue siendo —como bien entienden Aghion y Howitt— la base de toda prosperidad sostenible.



