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Premio Nobel a la Filosofía (liberal)

Este triplete corona a Schumpeter como patrono invisible del Premio Nobel, pero sobre todo consagra la filosofía liberal como arquitecto de la prosperidad moderna.

Este triplete corona a Schumpeter como patrono invisible del Premio Nobel, pero sobre todo consagra la filosofía liberal como arquitecto  de la prosperidad moderna.
Europa Press

Aunque varios filósofos han sido galardonados con el Premio Nobel, como Rudolf Eucken y Bertrand Russell en el de Literatura, no hay un premio específico dedicado a la filosofía. Sin embargo, este año el Premio Nobel de Economía concedido a Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt puede ser considerado un Premio Nobel a ideas filosóficas, específicamente ideas filosóficas liberales, como el Premio Nobel de Economía a Kahneman lo fue a ideas psicológicas. Como decía Hayek, el economista que solo sabe de economía ni es economista ni es nada. Y los más grandes economistas del siglo XX, Keynes y Schumpeter, eran tan admirados por Hayek precisamente por su cultura y amplitud de miras.

Precisamente Schumpeter es el ganador retrospectivamente de este Premio Nobel porque introdujo en el mercado de las ideas el concepto de destrucción creadora, el motor esencial de la economía de mercado, que debería llamarse todavía mejor economía de la competencia porque lo que describe mejor la economía liberal no es el capital (ya que hay capitalistas plutócratas y anticompetencia), ni siquiera el mercado (porque hay mercados intervenidos), y tampoco los empresarios (porque hay empresarios más amigos del Estado que del mercado), sino la competencia.

El núcleo del Premio Nobel de este año está contenido en la obra de Mokyr, no traducida al español, Una cultura del crecimiento, el nacimiento de la economía moderna, donde opone una visión holista del crecimiento a la visión reduccionista marxista que era determinista y materialista. Mokyr aduce que la cultura, las ideas, son tan o más importantes que los condicionantes económicos y sociales. Como dice en el libro:

«Las ideas liberales de tolerancia religiosa, libre acceso al mercado de ideas y la creencia en el carácter transnacional de la comunidad intelectual fueron esenciales para la Ilustración

Mokyr, historiador económico de talla mundial, identifica tres requisitos indispensables para el crecimiento sostenido: la integración entre el conocimiento proposicional (el "porqué" de las cosas, fruto de la Revolución Científica) y el prescriptivo (el "cómo" hacerlas, encarnado en artesanos e ingenieros); la apertura cultural a la novedad, que disuelve las resistencias de los grupos de interés establecidos; e instituciones que fomenten la experimentación y la movilidad social. Sin esta tríada ilustrada, las innovaciones quedan aisladas, como perlas dispersas en la historia preindustrial, y el PIB mundial languidece en estancamiento milenario. Pero con ella, surge el ciclo virtuoso: la Ilustración genera conocimiento reproducible, los Parlamentos británicos lo protegen de monopolios rentistas, y la competencia lo propaga globalmente. Así, Mokyr no solo explica el "gran desvío" del crecimiento moderno desde 1750, sino que vindica la primacía de las ideas liberales sobre el materialismo dialéctico, que reducía la historia a meras fuerzas productivas.

Aghion y Howitt, por su parte, elevan esta filosofía schumpeteriana a un modelo matemático riguroso, publicado en 1992, que demuestra cómo la destrucción creadora genera crecimiento endógeno y estable. En su marco de equilibrio general, las empresas invierten en I+D para patentar innovaciones que otorgan monopolios temporales, pero la competencia feroz obliga a la obsolescencia constante: lo nuevo destruye lo viejo, liberando recursos para lo siguiente. Aquí radica la genialidad: el crecimiento no es lineal ni exógeno (como en Solow), sino dialéctico en cuanto que impulsado por la rivalidad innata del mercado libre. Sus ecuaciones revelan tensiones fascinantes —subsidios al I+D para capturar externalidades positivas, pero cautela ante el "robo de negocios" que infla excesos— y políticas óptimas: flexibilidad laboral (flexicurity), movilidad social para innovadores y competencia regulada que evita la dominación de gigantes.

En esencia, formalizan lo que Schumpeter intuía y Hayek defendió contra keynesianos de izquierdas y derechas: la competencia como demiurgo económico, no el Estado planificador ni los cárteles corporativos.

Este triplete —Mokyr histórico-filosófico, Aghion-Howitt analíticos— corona a Schumpeter como patrono invisible del Premio Nobel, pero sobre todo consagra la filosofía liberal como arquitecto (o jardinero como gustaba metaforizar Hayek) de la prosperidad moderna. Contra el holismo colectivista que ahoga la iniciativa, estos laureados proclaman: las ideas viajan libres, la cultura premia el riesgo y la competencia eterniza el progreso. En un mundo tentado por proteccionismos y regulaciones asfixiantes, su Nobel nos recuerda que el verdadero capital es intelectual, transnacional y disruptivo. Viva la Ilustración eterna, viva la economía de la competencia, viva la filosofía liberal. Otro Nobel que tampoco celebrará Pedro Sánchez.

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