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El exitoso legado económico de España en México

La historia de México dentro de España fue una de las etapas de mayor creación institucional, cultural y económica de todo el continente americano.

La historia de México dentro de España fue una de las etapas de mayor creación institucional, cultural y económica de todo el continente americano.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en el Palacio Nacional de Ciudad de México (México). EFE/ Sáshenka Gutiérrez | EFE

Ahora que los dos últimos presidentes de México arremeten contra España para tapar el fracaso de su gestión y que, vergonzosamente, el gobierno español se pliega a ellos mediante el asentimiento a dichos postulados del ministro Albares, en un tiempo en que la historia se revisa más con los ojos de la ideología que con los de la razón, conviene detenerse a analizar, desde la perspectiva económica, lo que supuso para el actual México haber formado parte de la Monarquía Hispánica.

A menudo se olvida que, durante más de tres siglos, Nueva España fue una de las regiones más prósperas del mundo. Y lo fue precisamente porque integrarse en la economía global del Imperio español le permitió desarrollar instituciones, infraestructuras, redes comerciales y un dinamismo que difícilmente habría alcanzado por sí sola en el contexto del siglo XVI.

1. La incorporación al mercado global

Antes de la llegada de España, las civilizaciones mesoamericanas mantenían sistemas económicos locales, fragmentados y de baja productividad. La integración en el Imperio significó, por primera vez, la conexión directa con los flujos comerciales intercontinentales. México se convirtió en una pieza clave de la primera globalización: por el puerto de Veracruz llegaban manufacturas y mercancías europeas; por el de Acapulco salían hacia Manila la plata y los productos americanos en el célebre Galeón de Manila, que unía Asia, América y Europa en una sola red comercial.

Aquella inserción global trajo consigo un cambio estructural: México dejó de ser una economía cerrada basada en el trueque y el tributo para convertirse en un centro exportador de metales, productos agrícolas y artesanales, con una moneda —el real de a ocho— que se convirtió en patrón internacional de pagos durante siglos. No fue casualidad que los primeros bancos y sistemas de crédito del continente nacieran bajo el marco jurídico español, inspirado en el derecho romano y en la Escuela de Salamanca. Con la independencia, México vio cómo su PIB per cápita caía por debajo del de España, cuando antes era más próspera que ella.

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2. Infraestructuras y capital humano

La prosperidad no se construye sólo con recursos, sino con instituciones y conocimiento. España fundó en México las primeras universidades de América —la Real y Pontificia Universidad de México (1551)—, hospitales, seminarios y escuelas técnicas que extendieron la alfabetización y la formación profesional. Aquella red educativa permitió la creación de un capital humano que dio origen a científicos, ingenieros y administradores capaces de gestionar un territorio de dimensiones continentales.

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En paralelo, se levantaron caminos reales, puentes, acueductos, minas, puertos y ciudades planificadas, dotadas de instituciones municipales y cabildos que introdujeron la noción de autogobierno local. No era una colonia, sino una extensión del propio reino: los habitantes de Nueva España eran súbditos del mismo monarca y compartían derechos y deberes dentro del marco jurídico común. Derechos que les fueron dados cuando Hernán Cortés, unido a muchas tribus, derrotó a Moctezuma y acabó con las matanzas con las que este último sometía al resto de tribus, llegando, incluso, al canibalismo. Con España, llegó el orden y la prosperidad.

Las infraestructuras hidráulicas y urbanas de Ciudad de México, Puebla o Guanajuato se convirtieron en ejemplos de planificación económica avanzada. La minería de Zacatecas, el comercio de Veracruz y la agricultura de Michoacán generaron un producto per cápita comparable o superior al de muchas regiones europeas de la época y superior al de la metrópoli.

3. Instituciones económicas y estabilidad monetaria

Uno de los legados menos reconocidos del período hispánico fue la estabilidad institucional y monetaria que caracterizó a Nueva España. Bajo el sistema de Casa de Moneda, la acuñación de plata mexicana dio lugar a una divisa fuerte y estable, aceptada en todo el mundo. Esa estabilidad permitió la expansión del crédito, el desarrollo del comercio interregional y el financiamiento de obras públicas.

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Además, la administración virreinal estableció un sistema fiscal ordenado, con impuestos moderados y destinados al mantenimiento de infraestructuras, defensa y beneficencia. Las Cajas de Comunidad y los cabildos actuaban como auténticas instituciones de ahorro y gestión local, predecesoras de los actuales municipios y diputaciones.

Lejos de la imagen de expolio que algunos pretenden proyectar, la riqueza generada en Nueva España no fue saqueada sin retorno: buena parte se reinvirtió en la región, en forma de obras públicas, templos, universidades, caminos y comercio interior.

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El propio Virreinato de Nueva España financiaba a menudo a la Corona, sosteniendo no sólo su propio desarrollo sino también la defensa del conjunto del Imperio.

4. Un modelo de movilidad social

Otro aspecto relevante fue la movilidad social que permitió el marco hispánico. A diferencia de otros imperios coloniales, el español no segregó jurídicamente a los nacidos en América. Los criollos accedieron a cargos administrativos, militares y eclesiásticos; fundaron universidades y gremios; formaron parte de la economía urbana. En las ciudades novohispanas se desarrolló una clase media profesional y mercantil que sería el germen del posterior empresariado mexicano.

Esa movilidad, junto con la expansión educativa y comercial, permitió la emergencia de una economía más diversificada. Los talleres artesanales, las haciendas agrícolas y los pequeños negocios urbanos crearon un tejido productivo que sobrevivió, en buena medida, al proceso de independencia.

5. El coste de la ruptura

La independencia supuso un retroceso económico para México. Las guerras destruyeron infraestructuras, interrumpieron el comercio con España y Europa, y desorganizaron el sistema monetario. En las décadas posteriores, México sufrió una inestabilidad crónica que contrastaba con la prosperidad alcanzada en el periodo virreinal. Como han señalado historiadores económicos como John Coatsworth, el PIB per cápita mexicano tardó más de medio siglo en recuperar los niveles previos a 1810.

El marco económico heredado de España había proporcionado siglos de estabilidad, comercio y crecimiento que se vieron interrumpidos bruscamente. La continuidad institucional, tan valiosa para el progreso, se quebró justo cuando el mundo industrial comenzaba a transformar Europa.

En conclusión, el México moderno aún conserva la huella de aquella integración en el mundo hispánico: su idioma, su sistema jurídico, sus ciudades coloniales, sus universidades, su moneda decimal, sus caminos y su cultura empresarial son fruto directo de esa etapa. Lejos de un relato de dominación, la historia económica muestra una relación de simbiosis y desarrollo mutuo: España aportó instituciones, infraestructuras y acceso al comercio mundial; México, su talento, sus recursos y su posición estratégica.

Recordar este legado con objetividad no es un ejercicio de nostalgia, sino un acto de rigor intelectual. Y la historia de México dentro de España fue una de las etapas de mayor creación institucional, cultural y económica de todo el continente americano. Esa es la realidad y no las falsedades proferidas por el populismo de extrema izquierda.

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