(Libertad Digital) Sostiene Suso de Toro que "el principal rasgo de la sociedad española actual seguramente sean la delgadez y fragilidad del suelo sobre el que se levanta. Y debajo de ese suelo, un vacío cultural y aun moral. Un vacío que nace de la falta de continuidad, de la ruptura. Una ruptura que se hizo en dos fases brutales y consecutivas: primero, la guerra civil y la amputación, mediante un verdadero genocidio de las minorías más activas y preparadas pueblo a pueblo y ciudad a ciudad. Y luego, aquel cuerpo social debilitadísimo y aterrorizado se vio obligado a metamorfosearse y exiliarse del rural al arrabal; un tremendo éxodo del campo a la ciudad que creó en apenas una década masas informes".
Otra de las afirmaciones del escritor nacionalista es que "exterminada la cultura política democrática en la que se basó tan precariamente la II República, las organizaciones de la oposición al Régimen nacional católico despreciaban o no sabían cómo relacionarse con la cultura democrática, todo ello pertenecía a lo "burgués". La oposición de izquierdas, la que luchó por la democracia, paradójicamente se sentía confusa ante la democracia, no podía ser así una buena maestra de la sociedad. Tampoco la lucha de las nacionalidades podía serlo, pues, como la izquierda sindical, traían reivindicaciones y agendas políticas que habían caducado. Eran culturas políticas reivindicativas de lo perdido, de resistencia, pero que necesitaban adaptarse al mundo existente, a vivir nuestro tiempo".
Y continúa: "Tras el pacto fundacional donde todos tuvieron que sacrificar algo, nuestros políticos se han dirigido más al consumidor que al ciudadano (...) Esta sociedad débil carece, además, de un proyecto nacional, un proyecto común claro (...) El imaginario que nos une, la conciencia de ser conciudadanos, de pertenecer a un mismo espacio social, es muy débil. Por un lado, la oposición democrática tuvo que aceptar símbolos como el himno o la bandera modificada del Régimen; por otro, una institución que es clave en el sistema institucional y aun en el ideológico como es la Monarquía nació como un compromiso entre los que combatieron al Régimen y los que eran sus partidarios, y se mantiene desde entonces en una posición de equilibrio, aunque en la práctica sea aceptada por la gran mayoría. Pero lo que más ha distorsionado y retrasado el crear una conciencia compartida, una conciencia nacional común, es la persistente resistencia a buscar un encaje a la diversidad nacional interna".
Un espacio común de naciones
"Los ciudadanos españoles, si hemos de convivir y hacerlo del modo más beneficioso para nosotros y para los demás, precisamos compartir un espacio común, nacional; sin ello, una sociedad carece de nervio moral, de cultura cívica, y será siempre insegura y débil, a merced de populismos y vaivenes. Y es decisivo también que se comprenda que la existencia dentro del Estado de comunidades con conciencia de ser naciones es un hecho real y consistente, con honda raíz histórica y con el apoyo consciente y constante de millones de ciudadanos que apoyan a partidos que expresan esa demanda de reconocimiento nacional. Es una evidencia histórica y social tan sólida que no haría desaparecer una imagina da reforma de la ley electoral que pretendiese impedir la existencia parlamentaria de esos partidos. Eso sería el fin del sistema político y haría inviable la existencia de España. Hay que aceptarlo, España es así, nacionalmente compleja".
No faltan las críticas al PP, que considera "instalado en una posición meramente retardataria y obstaculizadora. No sabemos si será capaz de salir de las posiciones hiperideológicas en que se encuentra, donde las palabras "nación" y "España" no están siendo útiles para ordenar la convivencia, sino instrumentos para uso partidario. Su idea nacional está demasiado cercana aún a la que sostuvo el Régimen nacional católico como para ser tomada en serio por todos".
