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Martín Krause

La recesión

Buenos Aires.La economía argentina está en “pausa” y el gobierno no sabe cómo sacarla de allí. Entre tanto, esa indecisión genera un riesgo mayor de que iniciemos un retroceso. El Fondo Monetario Internacional tampoco sabe cómo y admite que no entiende lo que está pasando.

En la reciente reunión anual del FMI y el Banco Mundial en Praga, el funcionario del Fondo encargado de observar el desempeño de la economía argentina manifestó a la revistaEmerging Markets:“no sabemos cómo tratar con este problema de psicología social”. Esto no resultaría extraño ya que, por cierto, no es fácil interpretar la formación y evolución de expectativas que afectan el devenir económico.

No obstante, ese funcionario de nombre Thomas Reichmann aclaró un poco más el motivo de su preocupación: “Estoy desorientado frente a la psicología de los argentinos. Ellos (el gobierno) hacen las cosas bien, pero los mercados no responden”.

Esto ya es muy distinto y muestra que el problema de Reichmann y del FMI no es uno de falta de comprensión o falta de conocimiento de la psicología social, sino más bien de mala comprensión de la economía.

En verdad, no existe nada extraño con la psicología de los argentinos y no es necesario que éstos sean “analizados”. Por el contrario, están reaccionando en forma muy racional y lógica ante políticas económicas que afectan seriamente su bolsillo, no su psiquis.

Cuando en diciembre de 1999 asumió el nuevo gobierno del presidente Fernando de la Rúa los argentinos recibieron tres mensajes:
- Una afirmación de que la situación fiscal era dramática y que el país corría el peligro de caer en la cesación de pagos.
- Una reforma fiscal que aumentó los impuestos e impactó fuertemente en los bolsillos de muchos argentinos.
- Una promesa de que el gasto público sería reducido.

Dada la experiencia que los argentinos tienen con respecto a las promesas de los políticos no es de extrañar que los argentinos contaban con el aumento de impuestos, pero sabían que las promesas sobre el gasto se las llevaría el viento. Si a esto le sumamos una tasa de desempleo del 13,8% en ese momento y la angustia que ello genera entre quienes temen ser parte de esa cifra en el futuro, no era alocado concluir que venían tiempos duros y que resultaba necesario ser prudente en materia de gasto y de inversión.

Eso exactamente es lo que los argentinos hicieron. Las consecuencias de esa actitud se ven en los siguientes indicadores: en los ocho primeros meses del año 2000, los ingresos de los supermercados han descendido 1,4% respecto al ya bajo nivel del año anterior, las ventas en los centros comerciales cayeron 0,9%; en agosto, la construcción cayó 12,7% respecto al mismo mes de 1999 y en lo que va del año lo hizo en un 12,1%, respecto al anterior; el registro de nuevos autos cayó durante el mes de agosto en 34,5% respecto a 1999.

Y no son solamente los consumidores; los inversores muestran que su perspectiva no es para nada mejor: la inversión interna bruta fija tuvo una caída del 6,3% en el segundo trimestre, luego de caer 3,1% en el primero.

Y Reichmann debería explicar que no se trata solamente de un problema de “psicología” argentina, ya que a los extranjeros los afecta la misma depresión: el ingreso de capitales extranjeros se redujo en 18% en el segundo trimestre, con relación al mismo del año anterior.

Todo lo cual nos lleva a pensar que, más que un problema “psicológico” lo que enfrentamos en Argentina es un problema económico serio. Reichmann no comprende por qué si el gobierno hace las cosas bien, como el FMI lo indica, los argentinos no reaccionan. Pues parece que el asunto es exactamente al revés: los argentinos y los extranjeros están haciendo las cosas bien aquí y es el gobierno el que no reacciona.

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Martín Krause es corresponsal de la agencia de prensa AIPE.

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