En su última novela, el dandy del nuevo periodismo, mi admirado Tom Wolfe, define a las mujeres que se exceden con el gimnasio como "hombres con tetas". Puede. Aunque hojeando el número 205 de "Muscle & Fitness" me topo con la rubísima Rena Mero, rebosante de salud, impresionante, escultural y perfecta, subiendo y bajando pesas, con un top capaz por sí sólo de resucitar a todos los muertos que pudiera inventarse George A. Romero.
Me atrevo a contarles ahora el extraño caso de Richard Sandrak, un Conan de seis añitos y un metro de altura que irrumpió el otro día en la televisión pretencioso, haciendo posturitas, sacando bíceps y contrayendo tríceps, hecho -pensarán él y quienes le rodean- un "brazo de mar". Y sin embargo no era así. El crío era un viejo prematuro, un "baby" al que en España darían ganas de prejubilar. El niño era un guiñapo, la antítesis de la diosa Rena. Aunque lo realmente trágico del caso es precisamente que el niño había dejado de serlo; convertido en un monstruito de laboratorio. Simplemente me entraron ganas de llorar.
No estoy muy seguro de que esta artículo deba aparecer en la sección de deportes. A lo mejor en "sucesos" y, de continuar publicándose hoy en día, seguro que tendría cabida en "El Caso". Porque la culpa no es de ese revoltijo enano de músculos, sino de su padre (presumía feliz de que su retoño no hubiera comido jamás chocolate), y del médico que trataba de hacernos creer que el organismo de Sandrak junior era perfectamente normal... ¡Que me ahorquen si lo entiendo!
Espero que la filosofía de Sandrak no cruce las fronteras. Delimitar a los Estados Unidos lo que le ha pasado a este niño-abuelo me ayuda a conciliar el sueño. Duermo mejor. Ya no sueño con el "Gabinete del doctor Caligari". Aunque desde aquí incito a Richard para que pida asilo en la Embajada española. Si es necesario hablaremos con el embajador para que atiborre a ese niño, cuanto antes, con kilos y kilos de trufas y bombones de licor. No le vendría tampoco mal ver al agregado cultural: algunos libros endurecerían los músculos de su cerebro. Aunque esa recomendación, seguramente, deberíamos hacérsela al papá Sandrak. Aunque es probable que sea tarde.

El extraño caso de Richard Sandrak
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