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Alberto Míguez

No hay bien que por mal no venga...

La terrible y medieval advertencia de que la letra, con sangre entra parece haber hallado razón y demostración en las últimas horas.

Mientras algunos reclamaban mohinos –e incluso satisfechos, de todo hubo- que la gran guerra iba a estallar en Oriente Próximo tras los enfrentamientos entre niños honderos y tropas regulares israelíes, cuando los primeros obuses y cohetes de Tsahall habían caído ya sobre Ramallah, Gaza y el sur del Líbano, una vez incendiada convenientemente la sinagoga de Jericó por patriotas palestinos y linchados varios civiles israelíes por los mismos o parecidos individuos, he aquí que... empieza la paz.

O, si se prefiere, concluyen las hostilidades pese a que era viernes y se celebraba el II día de la Cólera y el Rencor entre el ardor y la furia islámica de todos conocida.

Los resultados de la represión inclemente por parte de la policía y el ejército de Israel están a la vista. Y demuestran que, a veces, un bastonazo vale más que mil palabras. El mejor antídoto contra el fanatismo integrista consiste, de vez en cuando, en empuñar la maza y repartir mamporros.

Lección tan poco aleccionadora es políticamente incorrecta, lo sé. Pero las realidades suelen ser tercas e imprevisibles.

Por ejemplo, nadie habría apostado hace días que la torpeza y el fanatismo de Arafat y sus amigos le serviría Barak para superar sus problemas políticos e irse del bracete en un gobierno de coalición con el Likud y sus adversarios de la víspera.

Los niños tirapiedras y los linchadores de Ramallah deben estar encantados: Israel ha vuelto a unificarse y a recobrar el ímpetu de los mejores y más feroces días.

En plena y disparatada paradoja, hoy estamos más cerca que nunca de recuperar el proceso de paz, e incluso el diálogo. No hay bien que por mal no venga...

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