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Alberto Míguez

En el corazón de Jerusalén

Apenas horas después de amagarse algo parecido a una tregua o, si se prefiere, un acuerdo más o menos viable entre israelíes y palestinos, un atentado con coche-bomba hizo trizas la leve esperanza y echó por tierra lo que algunos consideraban ya como una salida honorable para la dos partes tras la larga entrevista entre Arafat y Simón Peres.

Bastó que en el corazón de Jerusalén algún demente criminal hubiese pulsado un detonador para que todo se fuese al diablo.

Pero lo más preocupante tal vez no sea el horror de este terrorismo ciego, sino la reivindicación posterior por parte de los fanáticos de la Jihad islámica que dicen haberlo promovido. O las bravatas de los propios correligionarios de Arafat que prometen la “liberación de Jerusalén” en breve y por la fuerza. Cuesta trabajo creer que personas con dos dedos de frente caigan en tales provocaciones, promuevan el “martirio” de niños y adolescentes y soliciten, al mismo tiempo, la solidaridad árabe (que no llega) y la comprensión internacional cada vez más remota.

En la tragedia mesoriental que no cesa hay días en que se avanza y otros en que se retrocede. Pero no hay jornada sin muertos, ni minuto sin fuego: lo peor que podía sucederles a unos y otros es que se acostumbraran a este espanto cotidiano.