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Francisco Capella

Apuesto a que no le toca la lotería

Llegan la Navidad y el Gordo de la Lotería Nacional, la solemne celebración anual de ese astuto impuesto sobre los que no saben matemáticas. En la última campaña publicitaria del Tesoro Público, el encargado de la ruleta rusa de un casino advierte a un jugador sobre las muy escasas probabilidades de que salga premiado su número. Obviamente los juegos de azar no son una buena inversión, como puede explicarle cualquier matemático. Los dueños de casinos, bingos y demás garitos no se ganan la vida regalando dinero a sus clientes.

En una sociedad intervenida tan obsesionada con la eliminación de la incertidumbre y el riesgo, ¿cómo es que no se informa a los jugadores de lotería de las ínfimas oportunidades de ganancia de dicho juego? Tal vez porque es la propia Administración reguladora quien lo organiza y promociona, obteniendo enormes ingresos, y no van a echar piedras sobre su propio tejado. Mejor atacar sutilmente los juegos de azar organizados por empresarios privados, quienes deben sobrevivir luchando contra la competencia desleal del Estado.

Los defensores del estado del bienestar suelen deplorar el egoísmo y el ansia de enriquecimiento de los seres humanos, y resulta que las propias instituciones estatales se dedican a fomentar y aprovechar la ambición de lucro sin esfuerzo. "¿Quiere usted ganar una fortuna y realizar sus sueños? ¡Juegue a la lotería!" El Estado presuntamente igualitario contradice su propia ideología cuando organiza y fomenta juegos de azar que sirven para crear enormes desigualdades entre abundantes perdedores y escasos ganadores multimillonarios: antes del sorteo la distribución de riqueza es mucho más uniforme que después del mismo.

Toda ser humano dueño de su vida puede participar con su dinero en los juegos de azar que desee, pero es triste que lo haga en beneficio de instituciones coactivas. Muchas personas participan para compartir una ilusión y una posible alegría, pero algunas confiesan parte de envidia al comprar participaciones, no sea que les toque a los demás y uno quede como un tontaina. Hay asociaciones de ludópatas que siempre protestan contra las máquinas de apuestas de los bares, pero nunca se les oye oponerse a la lotería: sin embargo, apuesto lo que quieran a que con ella tampoco ganan.

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