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Alberto Míguez

Hablar por hablar

La octava ronda de negociaciones pesqueras, que los técnicos de la UE iniciarán dentro de unos días con el Gobierno marroquí, parece irremisiblemente condenada al fracaso. Será el último intento de una serie de desencuentros y nadie espera, ni en Madrid ni en Bruselas, que al fin el gobierno de Marruecos acepte un proyecto razonable que permita a los barcos del Sur, Canarias y Galicia, faenar como en otras épocas.

La madre del cordero (o del besugo) es que el gobierno marroquí no quiso nunca, ni quiere ahora, firmar este acuerdo para evitar que los pescadores españoles “esquilmen los ricos caladeros” saharianos y mediterráneos como ha repetido hasta la saciedad la prensa adicta. Ello no ha impedido que, mientras tanto, Marruecos haya firmado varios acuerdos con Japón, Corea del Sur y otros países asiáticos para que ellos sí puedan “esquilmar” los caladeros, previo pago a las mafias locales y a ciertos altos funcionarios.

La negativa marroquí puede entenderse e incluso aceptarse: estamos ante un país soberano que hace con sus riquezas naturales lo que le parece correcto. Nadie puede reprochárselo. Pero las relaciones entre España y Marruecos y entre la Unión Europea y Marruecos no acaban ni comienzan en la pesca. En otros temas (por ejemplo, la agricultura), el gobierno marroquí deberá negociar con Europa. Y tal vez en este caso los negociadores europeos y españoles sean tan inflexibles como lo fueron los marroquíes con la pesca durante el año que ahora concluye.

Lo que pone de manifiesto, sin embargo, este fracaso negociador es que la estrategia diplomática española de sonreír al mal tiempo y poner la otra mejilla conduce al desastre. Al menos con Marruecos. Eso lo sabíamos ya muchos, y otros debían saberlo. Ojalá tomen nota de todo esto Aznar y Piqué, aunque, sinceramente (y vistos los antecedentes), es poco probable que lo hagan.

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