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Alberto Míguez

Quien quiera peces...

“Que se moje el c..” reza un viejo refrán español al que ahora habría que recurrir dado que nadie parece dispuesto a mojarse el trasero en la negociación pesquera con Marruecos, que dura más de un año y en la que los avances conseguidos son insignificantes.

Curándose en salud, los ministros de Pesca de la UE acaban de solicitar en Bruselas que se prorroguen las ayudas que desde hace meses reciben los armadores y pescadores españoles y portugueses afectados por el cerrojazo marroquí en el tema pesquero.

El Comisario encargado de agricultura y pesca, Franz Fischler, intentó llegar a un acuerdo con las autoridades marroquíes sobre un futuro Tratado de pesca que permitiera a los casi 400 barcos españoles afectados faenar en los caladeros del vecino país. Vana ilusión y vanos esfuerzos, porque lo que desde el principio estuvo claro para quien quiso verlo y comprobarlo fue que las autoridades del reino alauita no deseaban un acuerdo pesquero ni mejor ni peor que el anterior: simplemente no quieren tratos con la UE, y mucho menos con España, un país que debería ser el amigable componedor y “puente” (topicazo tras topicazo) del Estado magrebí hacia la Europa deseada y, todavía, lejana.

Dado que no hay peor ciego que el que no quiere ver y que una de las características de este gobierno es negarse a las evidencias hasta que éstas se imponen (el submarino de Gibraltar es un ejemplo apabullante), los ministros del ramo afectado (Agricultura y Exteriores) prefirieron que los acontecimientos los madrugasen cuando el asunto ya no tenía remedio.

Se entiende que los representantes de los afectados hayan pedido por activa y por pasiva a la diplomacia española una política más activa sobre el particular, dado que otro de los tópicos en las relaciones hispano-marroquíes es que éstas son “excelentes”, casi inmejorables. Pero, se preguntan los damnificados de Andalucía, Galicia y Canarias ¿para qué sirven estas relaciones tan cordiales y amistosas sino para resolver o, al menos, paliar un problema de carácter bilateral cuya solución deberían interesar a los dos países “condenados” a entenderse, según la retórica al uso?.

El esfuerzo que algunos esperaban se quedó, como tantas otras cosas, en el monte del olvido.

En circunstancias como las actuales, el presidente del Gobierno y su ministro de Exteriores deberían preguntarse por la viabilidad de unas relaciones unidireccionales y que sucumben a la primera prueba de importancia. Pero una de las características de lo que algún chusco llama “la nueva diplomacia española” es, precisamente, la soberbia y la prepotencia.

A España le sobran instrumentos y capacidad para una negociación a cara de perro con Marruecos, pero la impresión es que se desea evitar cualquier roce que deteriore un relación ornamental. Se prefirió descargar en el Comisario Fischler una tarea sin duda incómoda (los marroquíes son unos negociadores temibles, mucho más temibles cuando se negocia con ellos pidiendo perdón).

Una de las personas que mejor conoce el problema pesquero y su inserción en el marco de las relaciones hispano-marroquíes, José Ramón Fontán (presidente de los armadores de cefalópodos en los caladeros saharianos), se quejaba precisamente de la resistencia del gobierno a utilizar las relaciones globales (comerciales, económicas, defensivas, migratorias, de cooperación,etc) como argumento para encontrar soluciones a los problemas más agudos. La pesca es uno de ellos pero hay otros (narcotráfico, emigración clandestina, etc) tan agudos o más.

La prórroga de las ayudas que hasta ahora recibieron los armadores y pescadores españoles y lusos apenas servirá para alargar una agonía anunciada: la re-estructuración de la pesca artesanal del Sur y la búsqueda de nuevos caladeros podrían paliar parcialmente las dificultades actuales. Pero sólo parcialmente. Y ambas cosas exigen, por parte del Gobierno español, capacidad de acción y decisión. Es mucho más cómodo verlas venir que prever lo que vendrá. Y lo que viene puede ser –no sería la primera vez- una rebelión en toda regla de los pescadores de la península de Morrazo o de la costa gaditana, cuya paciencia parece haberse agotado.

El ministro de Agricultura, Arias Cañete, sabe mejor que nadie que la prórroga en las ayudas podrá en el mejor de los casos extenderse seis meses más. Y pasado el primer semestre del año próximo se impondrán decisiones drásticas que deben ser explicadas con cierta sinceridad y transparencia a una opinión pública que entiende mal lo que sucede y que podría, una vez más, ser manipulada: hay experiencia de sobra para aventurar hasta qué punto los peces son instrumentos arrojadizos de cierto peligro cuando el Gobierno se ha convertido en estatua de sal.

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