Alrededor del fortísimo carácter de Fernando Martín acabaron por contarse un montón de anécdotas. Por ejemplo, aquella de una final contra el Barcelona en la que el pívot madrileño estaba lesionado. El Real Madrid iba a aquel partido como el cordero al matadero, y en el hotel de concentración nadie esperaba a F.M. Sin embargo, apareció apoyándose en las muletas para pegar cuatro gritos a sus compañeros. Aquella final se ganó.
Martín lo tenía todo hecho en Europa, pero se fue a la NBA por carácter. Volvió de Portland sin triunfar, pero con la vitola de haber sido el primer español en jugar en la Liga más poderosa del mundo. Medía 2,05 y se ganaba la vida bajo el aro; allí aprendió a fajarse porque en muchas ocasiones se encontraba en inferioridad métrica. Dicen los expertos que no era el mejor de la familia, y que su hermano Antonio estaba llamado a cotas más altas, pero Fernando era una fiera corrupia que acabó por engullirse no sólo a Martín junior sino a cualquier yankee que pasara por allí. Era ambicioso, y eso se notaba en todos y cada uno de sus movimientos sobre la cancha.
Van a cumplirse once años de la muerte de F.M., y ahora le sucede su hijo Jan. Ha debutado con la selección junior en el Torneo Internacional de Corfú, y lo hizo con similares fundamentos a los que tuvo su padre: coraje, garra e inteligencia. Parecía que Fernando poseyera una suerte de fuerza mental para atraer el balón hasta su posición, siempre estaba bien colocado (ahora sucede algo parecido con el estudiantil Alfonso Reyes), y al final acababa por "robarle la cartera" a jugadores más poderosos físicamente. Por lo que me cuentan, en su debut con España le pasó lo mismo a Jan Martín.
Por sus especiales características personales, Fernando siempre fue una pieza codiciada por los periodistas. Hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera (o probablemente porque decía más bien pocas cosas tras un partido), Martín siempre "tenía entrevista". Él fue, sin duda alguna, uno de los grandes promotores del "boom" que el basket tuvo en nuestro país. Por todo ello -creo- la familia ha querido proteger celosamente a Jan los últimos dieciséis años, pero este jueves salió definitivamente del cascarón deportivo. El chaval debe saber que a partir de ahora jugará contra sus rivales, pero también contra la sombra alargada del mito en que acabó por convertirse su padre. Sólo espero que le vaya muy bien, aunque si heredó la mitad del corazón guerrero de F.M. no le hará falta la suerte, sabrá coger por sí solo la posición.

Le siguen llamando Martín
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