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Alberto Míguez

Un seductor en el banquillo

“Demasiados me envidiaban, muchos querían hundirme” reconoció hace meses Roland Dumas, el amigo de Mitterrand, el dandy de los botines millonarios y las amantes otoñales, ahora en el banquillo de los acusados.

¿Solamente envidia? Ni de broma: Dumas se llevó unos cuantos millones de francos por tráfico de influencias a favor de Taiwán en la venta de varias patrulleras contra la opinión y el malhumor de la República Popular China. Pocos en Francia conocían mejor que él --era ministro de Exteriores-- la gravedad política de la venta. “La esfinge”, es decir Mitterrand, miraba hacia otro lado. Todos en el Elíseo se encogían de hombros mientras los amigos del presidente se forraban. ¿Les recuerda algo esta indiferencia culpable?

Quien se sienta en el banquillo es una cierta Francia, una clase política, una época y, si me apuran, los “años Mitterrand” en su conjunto.

Pero nadie debería tirar piedras contra Dumas, ahora destruido y enfermo --al menos, cojo-- porque en el escándalo Elf todos metieron la cuchara, todos o casi todos cobraron suculentas comisiones, sueldos ficticios, fondos reservados (de reptiles), la clase política francesa se sienta en la misma madera que Dumas. Continuará, porque hay juicio para largo...