Determinados oficios, instituciones y personas son requeridos para que, además del estricto cumplimiento de su tarea en la sociedad, le aporten un plus de confianza y de credibilidad. Ocurre con el sacerdote, el médico, el periodista o el banquero; parece que se les puede y debe exigir ese plus de confidencialidad, así como una mayor atención a lo que sucede a su alrededor, que sintonice con la sociedad de la que forma parte. De manera que no se entiende que en Euskadi unos párrocos se resistan a celebrar unas misa por un difunto. Como también se entiende mal la insuficiente neutralidad o la decidida parcialidad de determinados informadores.
Ahora mismo hay otros dos ejemplos de ese proceder nada coherente o que rechina a simple vista.
En Barcelona, una persona ha fallecido a medio centenar de pasos de la famosa clínica Quirón. Nos tendrán que explicar un sinfín de cosas sobre cómo está organizado el establecimiento, hasta llegar a entender cómo la burocracia ha sido capaz de conseguir tamaño dislate. ¿Sirve para médico, o para centro médico, quien deja morir en la calle a un moribundo?
En Madrid-Zaragoza se acaba de producir otro hecho de considerable incongruencia. Unos banqueros han sido absueltos después de ponerse de manifiesto, según expresa declaración en la correspondiente sentencia, que han defraudado cuatro mil millones de pesetas a sus socios en un negocio. La pregunta es obvia: ¿sirve para banquero, persona a quien se confían los ahorros y propiedades de uno mismo, alguien reconocidamente defraudador?

Cuestión de confianza
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