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Diana Molineaux

Regalo de cumpleaños

Cuando la familia y los pocos amigos que aún pueden acercársele se reúnan con él este 6 de febrero, Ronald Reagan seguramente no sabrá que lo hacen para celebrar su 90 aniversario pero, aunque el Alzheimer no le permita comprenderlo, las circunstancias del país le habrán hecho un buen regalo de cumpleaños.

Es seguro que si el demócrata Al Gore fuera el presidente de Estados Unidos, se sumaría a los "buenos deseos" de sus compatriotas para enviar un mensaje al presidente más anciano en la historia del país, pero la felicitación vendría de un hombre que, durante más de ocho años, calificó la época de Reagan en la Casa Blanca como "la década de la avaricia".

La última vez que Reagan hizo campaña, en un vano esfuerzo para la reelección de George Bush, ridiculizó la frase demócrata de "nosotros hemos ganado la Guerra Fría" con la pregunta "¿a qué nosotros se refieren?” Efectivamente, Clinton y Gore nunca habrían podido responder cuándo secundaron a Reagan en sus afirmaciones, vilipendiadas hace 15 años.

Ambos se sumaron a los críticos que condenaron a Reagan cuando calificó de "imperio maligno" a la ya difunta URSS; se unieron a los escépticos que se burlaron cuando Reagan, en Berlín, apeló al último presidente soviético "Sr. Gorbachov, derribe esta muralla"; hicieron coro a las chanzas que tildaron de "guerra de las galaxias" la defensa espacial propuesta por Reagan, como producto de una imaginación exaltada "por una película".

La realidad que se ha ido conociendo en los últimos diez años revela cuán maligno fue el imperio soviético, el muro de Berlín es ya tan solo una marca decorativa en una ciudad que trata de unirse y los enormes presupuestos para enfrentarse a la defensa espacial contribuyeron a la implosión del imperio soviético.

El sucesor de Clinton ha de tener una cierta y genuína simpatía por Reagan, y no solo porque eligió a su padre como vicepresidente: igual que a Bush, a Reagan lo tildaron de tontorrón y lo ridiculizaron por defender sin complejos los principios que comparten millones de norteamericanos. Lo hizo a pesar de la condescendencia de las élites intelectuales y periodísticas que, en Estados Unidos, los ven como propios de mentes sencillas y, en el extranjero, como un patriotismo trasnochado, indigno de espíritus cultivados y cosmopolitas.

Aunque las masas se lo agradecieron con dos elecciones decisivas gracias a los "demócratas por Reagan", Clinton, Gore y los ayatollahs de la progresía mencionan los déficits de Reagan sin añadir que pagaron la victoria de la guerra fría. Identifican sus recortes fiscales como la "codicia" de los ricos, sin recordar el espíritu emprendedor que desencadenaron. Atribuyen su habilidad de "gran comunicador" a la "práctica" de un actor de segunda con gracejo y no a la comunidad de valores con sus compatriotas.

Es un regalo de cumpleaños que la felicitación la cursen los nuevos ocupantes de la Casa Blanca.

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