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Las amistades peligrosas

Nadie recuerda, o todos fingen haber olvidado, que en 1954, Pierre Méndes-France, presentándose y presentando su gobierno al voto del Parlamento, declaró en su discurso que no tendría para nada en cuenta los votos de los diputados comunistas, porque no eran demócratas, sino los súbditos de una potencia enemiga, de una dictadura criminal, la URSS. Fue elegido, como lo había decidido, sin los votos comunistas. Esta actitud ejemplar, esta bofetada ética a los Mitterrand, Jospin, y tutti quanti, merece dos observaciones complementarias: prescindir de los votos comunistas constituía un riesgo, ya que ese partido tenía cuatro veces más diputados que hoy y, en aquel momento, la URSS, pese a que Stalin había muerto el año anterior, era una superpotencia agresiva, y muy pocos se atrevían a calificarla de enemiga.

Este recuerdo histórico me sirve para denunciar el vil chantaje de los comunistas y de sus aliados socialistas y verdes, hoy, cuando en estas y otras elecciones denuncian a sus adversarios, cuando ocurre que han triunfado gracias al voto de los electores del Frente Nacional, o sea, según ellos, el “voto fascista”. Teniendo en cuenta que, en su mayoría, ese voto extremista se basa en el cabreo de parados, marginados, artesanos y pequeños comerciantes, aplastados por los impuestos, obreros que temen que los inmigrantes les quiten su empleo, etc., todo demócrata debería felicitarse de que la derecha civilizada recupere esos votos, sobre todo teniendo en cuenta la evidente xenofobia y la estupidez de Le Pen y Mégret, pero resulta que ese chantaje funciona, y que los comunistas siguen no siendo demócratas.

El desastre anunciado en París (o la magnífica victoria de la izquierda unida, según se mire) es de otra índole, ya que los dos candidatos rivales hasta el final, provienen del mismo partido: el RPR. Desde el principio se vio que Philippe Seguin hacía una campaña extraña, a veces calificada de suicida. Su principal enemigo parecía ser Tiberi, mucho más que el candidato socialista Delance. Después de la primera vuelta, muy favorable a la izquierda, Seguin, cuyos resultados personales son pésimos, se empeña en negarse a una alianza total de las dos listas de centroderecha para la segunda vuelta, como si deseara la derrota. Cuando probablemente ya es demasiado tarde, algunos de sus lugartenientes se han rebelado y unido, en ciertos distritos, su lista con la de Tieberi. Esto puede limitar la catástrofe, pero no es nada seguro que les dé la victoria. Si estuviéramos en Londres, los bookmakers apostarían unánimes por la izquierda y el escuálido Delance.

Por todas partes se oye, desde hace meses, que si la derecha está dividida es por culpa de las ambiciones personales. Sin negar --sería ridículo-- que tales ambiciones existan, en el caso de Seguin, en París, y en el paisaje político francés en general, sería aún más ridículo ocultar las profundas divergencias políticas sobre Europa, sobre el papel del Estado en la sociedad, sobre la inmigración, sobre la descentralización (y el problema corso), etc., que enfrentan a los soberanistas conservadores con los europeístas, un poquitín más liberales. A esto se añade el odio personal de Seguin por el presidente Chirac, al que considera un traidor que ha abandonado la esencia del gaullismo, la soberanía francesa, su Francia uber alles, haciendo, por ejemplo, demasiadas concesiones “europeístas”. Le creo capaz de cualquier cosa para que pierda Chirac. Pero si bien ser alcalde de París no conduce obligatoriamente a ser presidente de Francia, como así ocurrió con Chirac, es seguro que perder rotundamente estas elecciones municipales no conduce a nada.

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