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El “apellidismo” sabiniano evoca sin duda “la limpieza de sangre”, paranoia medieval contra los conversos del judaísmo, los “marranos”, en la denominación despectiva, pero aquí la paranoia es racial, es la búsqueda de una esencial “pureza de raza”: “Ascendencia originaria de Bizkaya: esto es lo que para los bizkainos de entonces significaba la limpieza de sangre. Ascendencia originaria de Euskeria: esto es lo que significa la pureza de sangre para los bizkainos nacionalistas de hoy”. En 1894, Arana-Goiri tar Sabin redacta los estatutos de la primera asociación política de carácter nacionalista, el Euzkeldun Batzokija, para cuyo ingreso es preciso ostentar un mínimo de cuatro apellidos vascos. Heinrich Himmler exigía apellidos arios desde 1775 para ingresar en las SS.

Sabin no se queda a la zaga cuando le toca de cerca, a la hora de matrimoniar. El esencialismo apellidista le complica la vida con el Achica-Allende de su labriega Nicolasa. Hasta 128 apellidos le mira entre archivos parroquiales y legajos para tranquilizar su conciencia y preservarse de la infección maketa. Su hermano Luis, el precursor, recurre en esto a la picaresca. Enamorado de la cocinera de su casa de estudiante en Barcelona –al hombre, dicen, se le conquista por el estómago, éste debió ser el caso— y no dispuesto a ceder en su pasión ante la evidencia maketista de la aragonesa, pasa simplemente a euskerizarla.

Los graves problemas de conciencia en el caso Nicolasa sólo son comprensibles, sin provocar la más completa hilaridad, si se tiene en cuenta que está de por medio el profeta y fundador en persona, que ha de ser ejemplo sin mácula en la materia ya que predica la exigencia puntillosa. El amor es ciego y con mayor motivo precisa de lazarillo para ir escalando por las ramas del árbol genealógico, no sea que Nicolasa sea una tentación maketa, y aun labriega y euskero-parlante, puede llevar el estigma emboscado dispuesto a saltar sobre los sacrosantos genes para corromper la progenie sin remedio.

El racismo es escrupuloso en genetismo, porque el gen maketo, por satánico, ha de ser por fuerza dominante y causar la ruina del gen abertzale más pintado. El odio es siempre una excrecencia del miedo propio. A pesar de todas las medidas profilácticas adoptadas, ¿pudo no ser suficientemente escrupuloso con lo de Achica y esa fue acaso la causa de la malaria que contrajo en su viaje de novios al santuario de Lourdes y le llevó tres años después a la tumba?

El caso Nicolasa nos pone en la pista del interrogante clave, ¿qué sucede si el profeta tiene una debilidad?, ¿si peca?, ¿si, de manera manifiesta, contradice su propia revelación? Sabin tiene tres revelaciones a lo largo de su existencia. Dos de ellas no plantean problema porque son complementarias. La tercera contradice de lleno las anteriores, no tiene exégesis ortodoxa posible. La primera se reduce a Bizkaya. La buena nueva se extiende en la segunda a toda la “raza” vasca: Alaba, Bizkaya, Guipuzkoa, Lapurdi, Napara, Naparobera y Suberoa, llamadas todas a formar una “confederación” que “sólo se haría constituyéndose por voluntad libre y expresa de todos y cada uno de los Estados Vascos y teniendo todos los mismos derechos en la formación de sus bases”. Estas minucias confederativas parecen haber desaparecido del discurso actual de la construcción nacional.

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