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Honra, prestigio o ridículo

Si Duisemberg tuviera un poco de sentido del ridículo --no hablemos de palabras mayores: sentido de la honra, del prestigio propio y de la institución que preside--, debiera convocar una rueda de prensa, este próximo lunes, por ejemplo y sin ir más lejos, y presentarse ante los informadores para decirles:

"Señores, después de mi ridículo de la pasada semana, me parece conveniente y adecuado que me busquen un sustituto, porque yo me voy a mi casa. No puedo decir el jueves que hemos decidido bajar los tipos de interés porque ya consideramos que han remitido las tensiones inflacionistas y que, al día siguiente, los datos de inflación de Alemania, Francia, España..., me desmientan de manera tan categórica y estruendosa. Hice el ridículo y la institución naciente del BCE no debe permitirse errores de ese calibre. Por el bien del BCE y del euro, insisto en mi terminante decisión de ser relevado de inmediato, y le deseo más aciertos a mi sucesor".

Pero, con bastante probabilidad, Duisemberg no tiene sentido del ridículo.

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