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Alberto Míguez

Cínica estupidez fanática

Mientras las buenas almas de todo el Occidente cristiano levantan la voz rogando a palestinos e israelíes que se sienten a negociar y dejen de matarse, Yaser Arafat tiró por tierra hace unas horas la posibilidad de cualquier salida civilizada a la actual crisis asegurando que la “intifada continuará hasta que Israel ponga fin a sus agresiones”.

Estamos donde estábamos, es decir, en ninguna parte: Arafat no sabe, o no quiere saber, que los comandos suicidas de la Jihad islámica asesinan casi todos los días a ciudadanos israelíes que nada habían hecho contra el pueblo palestino, que aplaude entusiasmado cada vez que estalla una bomba y mueren inocentes cuyo único pecado fue ser israelíes. Es una prueba suplementaria de irracionalidad, odio étnico y religioso, fanatismo y estupidez que inevitablemente conduce al suicidio colectivo.

Estos actos de terrorismo despiadado y absurdo desencadenan reacciones contundentes y brutales por parte israelí. Nadie debería sorprenderse por ello, y mucho menos Arafat, que dice conocer bien a los líderes israelíes y especialmente al general Sharon, a quien calificó de monstruo asesino y otras lindezas hace unos días.

El líder palestino y sus colaboradores deberían saber que el mejor método para evitar que los F-16 israelíes bombardeen zonas urbanas palestinas es lograr que el terrorismo de alta intensidad, y también el de las pedradas y tiros al aire, desaparezca.

El problema está en que Arafat o no quiere o no puede cortarle las alas a los fanáticos islamistas de Hamas, la Jihad Islámica y otros grupúsculos más o menos ligados a la Autoridad Palestina o a su partido Al Fatah. Ahí está la madre del cordero... pascual.

Pedir la mediación de la unión Europea, de Estados Unidos o de Rusia mientras los asesinatos terroristas indiscriminados continúan y se anuncia a bombo y platillo que la “intifada continuará” (los hermanos árabes aplauden entusiasmados: ellos no ponen los muertos) es una prueba suplementaria de estupidez o de cinismo.

Por mucho que Javier Solana, Powell, Joska Fischer o Chirac vayan de peregrinación a Gaza o a Jerusalén, las cosas deberían estar muy claras para todos. Y para ellos, en primer lugar. Los israelíes no se van dejar exterminar como sucedió con sus abuelos en la Europa cristiana de los años cuarenta. Y si tienen que morir, morirán matando. Eso sí saben hacerlo. Arafat lo sabe por experiencia, pero prefiere enviar a los chiquillos a tirar piedras. Bonita forma de construir un futuro para la non nata nación palestina.

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