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En las televisiones norteamericanas se ha prestado más atención a la pintoresca ceremonia de toma de posesión de Alejandro Toledo en Macchu Picchu que al Te Deum en la catedral de Lima o a los discursos en el Parlamento peruano. Es natural desde el punto de vista del espectáculo: unos cuantos brujos o sacerdotes indios dirigiéndose a los "apus" o montañas para invocar su protección, haciendo los "pagos" u ofrendas a la tierra para impetrar su fecundidad y juramentando al nuevo presidente ante las deidades del Ande para que cumpla sus promesas de dar trabajo, comida y dinero a todos los peruanos son muy llamativas. También despertaban en quien las veía una inquietud, un malestar, una desazón que iban más allá de lo pintoresco.

Con Toledo, el indigenismo ha introducido una nueva forma de legitimación política muy al gusto del multiculturalismo izquierdista y universitario de los USA, detestable logomaquia posmoderna que anula los valores de las distintas civilizaciones por el sencillo sistema de equipararlos. Para el multiculturalismo, tan legítimos son Aristóteles como Muhammad Alí: se trata de valores distintos, no comparables. Pero sí son comparables: Aristóteles es la clave de una civilización en la que Cassius Clay es sólo una anécdota. En el caso peruano, no sólo el brujo andino aparece equiparado al Arzobispo de Lima sino como un elemento de legitimación telúrica muy superior al parlamentario, al menos así aparece en las imágenes por televisión y sería necio no concederles importancia, porque la tienen.

El mito del Buen Salvaje -que como Carlos Rangel mostró en su admirable libro ha sido adaptado por la izquierda totalitaria a la mitología del Buen Revolucionario, modelo "Che"- va más allá de la superficialidad folklórica y del turismo que se dice promover. Es una reivindicación de la civilización inca frente a la cristiana y europea, del indio frente al blanco, de lo prehispánico frente a lo español de la colonia e incluso lo criollo de la independencia. No es un simple adorno o una genuflexión folklórica. Por supuesto, en los USA gusta el espectáculo por lo que tiene de pintoresco y de bárbaro. Pero ¿se imagina alguien al presidente de los USA invocando a los dioses indios de las Praderas rodeado de brujos apaches en vez de jurar ante el Capitolio con la mano derecha sobre la Biblia? Pues esa distancia entre lo que legitima el ejercicio del Poder y lo que simplemente lo adorna es la que ha franqueado Toledo. Y nunca se atrevería a franquear Bush. Es algo más que una imagen por televisión. Y algo menos que un juramento.

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