El triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 pareció inicialmente abrir las puertas a un nuevo proyecto político para la región. De hecho, el propio presidente venezolano y ex-militar golpista interpretó de ese modo su llegada al poder. Sus ambiciones, sobre las que ha venido insistiendo sistemáticamente desde entonces, tienen una dimensión continental, y se traducen en la meta de crear un "polo latinoamericano", sustentado en la integración política y económica, para contrarrestar el "polo hegemónico" centrado en Estados Unidos. Chávez quiso proyectarse como un líder regional y hacer de su confusa amalgama de radicalismo retórico e izquierdismo recalentado un modelo a seguir para la América Latina.
En realidad, ¿qué representa Chávez? No resulta fácil responder esta interrogante de manera precisa, aunque lo que Chávez rechaza ofrece numerosas pistas acerca de sus preferencias y objetivos. En el fondo, y desprovisto de la palabrería que siempre le acompaña, el modelo de Chávez es una mezcla informe de socialismo al estilo castrista con elementos del tradicional autoritarismo latinoamericano, a lo que se suman simpatías por el "militarismo progresista" que algunos han querido ver en experiencias como la de Velasco Alvarado en el Perú de los setenta. Chávez es un personaje lleno de paradojas y contradicciones, que por un lado proclama su apego a la democracia, adjetivada como "participativa", y su respeto por los derechos humanos fundamentales, y a la vez se identifica con regímenes tan oprobiosos como los de Saddam Hussein y Quaddafi en Iraq y Libia.
Su proyecto, en la medida que éste puede definirse con alguna claridad, ciertamente contrasta con las ideas de democracia representativa, pluralismo ideológico y economía de mercado. Para Chávez, al menos en un plano teórico, el capitalismo y el "neoliberalismo" son vistos como adversarios, y la democracia representativa como falsa e insuficiente. El hecho de que su propia alternativa constituya una amalgama tan confusa no ha impedido que continúe alardeando al respecto. A decir verdad, la retórica de Chávez anda por un lado y las realidades de la vida por otro. No obstante, si bien es cierto que los fantasmas izquierdistas que
su mente acaricia no se han plasmado en la práctica, también lo es que su radicalismo verbal y su rechazo a las ideas liberal-democráticas están hundiendo a Venezuela, un país de enormes perspectivas que sin embargo se encuentra sumido en una honda recesión. Chávez no construye el socialismo autoritario, no porque no quiera sino porque no puede, pero tampoco permite el florecimiento del mercado y de la libertad. Venezuela, en consecuencia, se desliza hacia la parálisis.
La buena noticia, a pesar de todo, es que ni la imagen personal ni el proyecto político de Chávez han tenido el impacto más allá de las fronteras venezolanas que una vez algunos temimos. En medio de los conocidos tumbos y las dificultades de costumbre, América Latina en general parece bastante inmunizada contra la repetición del experimento castrista o de las dictaduras militares que una vez asolaron la región. No es que sea imposible su repetición, sino que algunas lecciones positivas han emergido de esas terribles experiencias. En cuanto a Chávez y su modelo, el aislamiento internacional crece en torno suyo. Su fracaso interno en Venezuela va acompañado por el escaso eco de su prédica en America Latina, con la única excepción de la guerrilla colombiana. El silencio en torno suyo es un síntoma alentador para el continente y su futuro.
© AIPE
Aníbal Romero es profesor de Ciencia Política en la Universidad Simón Bolívar de Caracas.

El modelo chavista

En Internacional
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal