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La entrega del Premio Principe de Asturias de los Deportes al waterpolista Manuel Estiarte era sólo una cuestión de tiempo y supone un inmenso acto de justicia y, al mismo tiempo, también de agradecimiento por parte de todos. Los miembros del jurado han querido destacar el "ejemplo para el deporte mundial" que ha supuesto, y que sigue suponiendo ahora como miembro del Comité Olímpico Internacional, la figura de un atleta que ha representado a España en seis Juegos Olímpicos consecutivos.

Los éxitos deportivos de Estiarte se acumulan por docenas, pero, siendo estos logros muy importantes (plata en Barcelona-92, oro en Atlanta-96 y campeón del mundo o de España e Italia), el Premio Principe de Asturias siempre busca la personalidad en el sentido estricto que, por ejemplo, recoge el diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares: "particularidad que distingue a una persona de todas las demás". Si nos tomamos la molestia de repasar la amplia lista de deportistas premiados, podemos llegar a la conclusión de que existe una particularidad coincidente y que les distingue a todos ellos: la sencillez.

He tenido el placer de entrevistar en varias ocasiones a Manuel Estiarte y, como me sucedió con Miguel Indurain, saqué siempre la misma conclusión: no charlaba con el máximo goleador del waterpolo mundial o el mejor ciclista de la historia sino con el deporte español más vivo, aquel que tiene ojos y brazos y que pervivirá cuando todos nosotros hayamos desaparecido. ¿Un mito? Llamémoslo así.

Estiarte, además de todo lo anteriormente expuesto, ha exportado nuestro waterpolo a Italia y le ha abierto hueco en nuestro país a un deporte minoritario y que, sin embargo, habrá sido probablemente el que mayores alegrías nos haya dado a lo largo de la historia. Supone, efectivamente, un ejemplo para los deportistas de todo el mundo y responde con exactitud a ese retrato robot del atleta, héroe moderno que realiza cotidianamente gestas a las que el resto no tenemos posibilidad de acceder.

Habitualmente estamos siempre de acuerdo con la concesión de este tipo de premios; es imposible que se lo ofrezcan a un deportista mediocre. Uno, sin embargo, puede saltar más que nadie, llegar siempre el primero a la meta y ser un tonto de baba, un estupidín sin solución, una medianía humana, un desastre. No es el caso que nos ocupa: Manuel Estiarte se lo merece dentro y también fuera de la piscina. Enhorabuena.

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