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Diana Molineaux

Rellenar la burbuja afgana

De forma menos espectacular y rápida, el colapso militar y político de los talibanes había de ser previsible en cuanto Washington se planteó la guerra como un operación puramente militar y la persiguió sin las cortapisas políticas que le ataron las manos en Vietnam.

Más difícil de imaginar hace diez semanas era el alcance de la ceguera mental del mulá Omar y sus altos mandos talibanes. Si tiene cierta relativa justificación que el talibán máximo siga soltando bravuconadas para salvar la faz ante los poquísimos fieles dispuestos a seguirle hasta el fin, cuesta mucho de entender y aceptar su conducta en plena debacle. Ni lucha en un frente abierto, ni negocia buscando el amparo político-étnico del Pakistán, ni se repliega a posiciones y posturas de guerrilla heroica, ni levanta la bandera blanca de la rendición incondicional para salvar vidas y penas a sus hermanos de raza y creencia.

Tal falta de iniciativas e ideas es totalmente incompatible con la campaña de los puristas que hace cosa de seis años barrieron a los "señores de la guerra" que se disputaban el poder ficticio de Kabul. Tal vez, desde el colapso militar soviético, Afganistán no fue más que un enorme engaño, un estado-burbuja, un espacio totalmente vacío de poder militar y económico que sólo seguía en el escenario político internacional porque nadie quería ver la realidad.

Para conquistar un Estado burbuja como este, basta con un puñado de dinero y un puñado de fanáticos. Ben Laden tenía muchísimo más que unos millones de dólares y unos fanáticos algo más disciplinados y pertrechados que los rivales. Si esta es la explicación, a Washington le queda una segunda tarea ardua. Después de haber reventado la casi-nada, ahora le tocará rellenarla para evitar el peligroso precipicio de otro vacío de poder.

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