Con media guerra ganada en el Afganistán, se abren por lo menos dos grandes preguntas: ¿Cómo será la segunda mitad de esta guerra? y ¿Qué pasará después del colapso total de los talibanes?
Lo de la media guerra ganada lo sabe y lo repite constantemente el Pentágono, porque lo sucedido hasta ahora es más espectacular que decisivo. Afganistán es un territorio poco y desigualmente poblado, de forma que la pérdida de una plaza fuerte deja a merced del ganador enormes espacios vacíos que impresionan en el mapa, pero significan bastante menos en el balance bélico. Algo similar a nuestra Reconquista, donde una batalla ganada dejaba a los cristianos enormes territorios despoblados sin que por ello las fuerzas moriscas quedasen decisivamente debilitadas.
Lo más probable es que la segunda mitad de esta guerra tenga un acusado carácter de guerrilla, con los talibanes escondidos en el corazón de su tierra pashtuna. El que esto vaya a constituir o no un desafío decisivo para los ganadores dependerá de varios factores, comenzando por el impacto psicológico de la victoria sobre la población civil, así como de la conducta de los vencedores en la patria de los pashtunes. Si la impresión es fuerte sobre los talibanes moderados, lo más probable es que la futura guerrilla talibán sea políticamente intrascendente, un mero problema local. A lo máximo que podrían aspirar los talibanes sería algo así como el problema checheno de Rusia.
La segunda pregunta, en cambio, no tiene contestación por ahora. Desde el 11 de septiembre Washington declaró que su meta era acabar con Ben Laden y el terrorismo internacional y, en este cálculo, Afganistán entraba en esto como mera base de Laden. Qué ha de pasar con el país una vez privados los talibanes del poder parece ser una pregunta a la que la misma Casa Blanca no le ha encontrado aún una respuesta… si es que la tiene. Porque a lo largo de la historia, Afganistán ha sido siempre un caos político con breves interrupciones de pacificación a la fuerza.
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