La definitiva suspensión de pagos de Argentina, la devaluación de su moneda y la desaparición de la “caja de conversión” se producirán cuando los depósitos bancarios se transformen en billetes de dólares para atesorarlos o enviarlos al extranjero o cuando los ingresos fiscales disminuyan, nuevamente, de una forma drástica. La soberbia de Cavallo y la incompetencia de De la Rúa están consiguiendo retrasar la declaración oficial de la suspensión de pagos, pero sin proponer ninguna medida para que ese triste final pueda ser aprovechado para levantar la economía argentina.
Por el contrario, al decretar que no se puedan sacar más de 250 dólares semanales de las cuentas corrientes y obligar a que el resto de todos los ingresos y gastos se hagan por vía bancaria o de tarjetas de crédito o débito, han vuelto a dar impulso a la depresión económica. Para que nuestros lectores tengan una idea del impacto económico de la medida, basta decir que, en la actualidad, del total de las nóminas apenas un 5% se cobra en la cuenta corriente. El resto se paga en metálico.
La medida servirá para frenar durante un tiempo la salida de dólares del país pero acelera la depresión y la consiguiente falta de ingresos fiscales, el segundo mecanismo que obligará a declarar la suspensión de pagos. Al FMI le va a corresponder, posiblemente, un papel histórico si decide que el Gobierno argentino no ha cumplido los condicionantes necesarios para poder utilizar el siguiente tramo –1.300 millones de dólares– del macrocrédito concedido a principios del presente año. Si se produce tal declaración, Cavallo tendrá que presentar su dimisión o ser sustituido, aunque la lógica sería que el propio De la Rúa dimitiera en cualquier caso, con lo que accedería a la presidencia el actual presidente de la Cámara, que es un peronista.
Si, por contra, el FMI decide desembolsar esa parte del crédito, habría optado por alargar un poco más la crisis, para evitar que se le señale como el responsable último de este terrible episodio. Y no creo que el FMI sea culpable por no apoyar al gobierno argentino. Más bien su responsabilidad es la contraria, al haber dado demasiado oxígeno a una política económica condenada al fracaso.
Ya hemos comentado en ocasiones anteriores que la crisis que se avecina es pavorosa, pero no peor que continuar con la misma política, con cada vez menor renta, menos empleo y peores perspectivas empresariales. Una política económica que sobrevalora de tal forma la moneda nacional, el peso, que consigue que los billetes de dólar sean lo único en lo que merece la pena invertir, está condenada al fracaso. Una vez más, los gobernantes que han provocado la pérdida de valor de la moneda nacional con sus gastos excesivos, echan la culpa a los especuladores. Lo mismo hizo Felipe González en 1992 cuando se vio obligado a permitir la primera devaluación de la peseta. Los gobernantes que juegan a aprendiz de brujo decidiendo cual debe ser el precio oficial de los bienes y servicios de las economías, en lugar de permitir que los fije el mercado, provocan inversiones indeseables y especulaciones imprescindibles para acercar los precios oficiales y reales de las cosas. Los especuladores sólo hacen su trabajo, que no es otro que poner freno a los caprichos intervencionistas de los gobiernos.

Argentina: penúltimo acto

En Portada
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal