Si todavía viviera el maravilloso Félix Rodríguez de la Fuente, lo último que querría ser es copiloto de Carlos Sainz. Seguro que Luis Moya no será socio de Adena, porque de lo contrario hace tiempo que le habría estallado el corazón. ¿Qué tiene nuestro bicampeón mundial contra la flora y la fauna? ¿Qué le han hecho los animalillos del bosque para que la tome intercontinentalmente contra ellos? Primero fue un canguro, después una oveja y por último un alce. Todos se cruzaron en el camino del madrileño, y a todos hubo que dar sepultura. La mítica mala suerte de Sainz es un cuento chino comparada con la que tienen los atribulados habitantes del bosque, invadidos en pleno ecosistema por el humo negro de los coches, el olor a gasolina y neumáticos recauchutados. Si yo fuera un cervatillo me echaría a temblar.
Nunca he creído en el gafe de Carlos Sainz. Ha sido dos veces campeón del mundo, y eso, según Aramis Fuster, no se puede lograr con el "mal de ojo". Es un deportista de élite que gana mucho dinero haciendo lo que más le gusta, un hombre que dio a conocer en España un deporte minoritario. Sí es cierto, sin embargo, que la forma espantosamente dramática de perder el tercero ("¡Arráncalo, por Dios!"), a tan sólo quinientos metros para cruzar la línea de meta, dio la vuelta al mundo. Recuerdo perfectamente el recibimiento que se le tributó nada más aterrizar en el aeropuerto de Barajas, como si hubiera conquistado una Champions League, una Eurocopa de baloncesto y tres o cuatro Mundiales de balonmano. Sainz no tiene mala suerte, somos los demás y excluyo aquí a aquellos de nuestros hermanos que caminan sobre cuatro patas quienes la tenemos con Carlos... ¿Por qué?
Creo que aquella "especie" de los siete pecados capitales divulgada en su momento por Fernando Díaz Plaja no afecta a los deportistas. Recuerdo que cuando, en pleno programa de radio, tuve que dar en directo la noticia de la enésima avería del coche de Sainz en el RAC inglés, me dolió como si a mí me fuera algo en aquello. Y estoy seguro que lo mismo les sucedió a un montón de españoles ajenos a los rallies, pero que sufrieron por aquellas imágenes de Moya, extintor en mano, implorando al Altísimo para que la mecánica no les diera otra vez calabazas. Carlos Sainz ha sido profeta en su tierra, hasta el momento en que ha decidido convertirse en el cenobita del volante, un místico inalcanzable.
Es probable que esto que digo sea impopular y políticamente incorrecto, pero puedo asegurar que es sincero. Carlos y sus responsables de imagen sabrán por qué el campeonísimo español limita ahora a la mínima expresión sus intervenciones en los medios de comunicación. Y aunque al periodista hay que pedirle que no mezcle corazón y profesión, muchas veces resulta imposible. Sólo he encontrado un deportista más esquivo que el piloto madrileño, y ese fue Alex Crivillé. Ahora ya no lo siento por Carlos Sainz, sino por el alce sueco que se cruzó en su camino. Eso sí que es tener muy mala suerte.
Todos los derechos reservados
!-->
